jueves, 30 de julio de 2009

Yo quiero lo que ella tiene

Había envidiado cada detalle de su belleza. Sentía, desde la superficie de su interior más profundo, que jamás sería como ella. Nunca tendría su cabellera lacia y brillante. Tampoco su porte de figura de porcelana. Menos aún su inteligencia. Y ni hablar de su innata seducción.
Siendo una niña, Carolina ya cargaba con uno de los siete pecados capitales. Y estaba segura que ni el tiempo ni el esfuerzo le darían lo que la otra tenía. Ni su casa. Ni su ropa. Ni su estilo. Con tan sólo diez años de edad, parecía haberse propuesto aceptar un destino. Ese que ella misma iría modelando.
Y así fue. Nunca logró parecerse a la otra. Pero sólo lo olvidó cuando alguien más quiso ser como ella. Carolina, con su pelo tosco, sus ojeras marcadas, su estatura mediana y su mala dicción, había construido una vida tranquila. Sencilla. Sin mucho de más ni de menos. Rodeada de niños y afectos. Y desde la vereda de enfrente de su casa humilde, a alguien más le apetecía lo ajeno.

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