viernes, 25 de septiembre de 2009

Como una de Almodóvar

La mañana ha sido una de esas a las que yo llamo atravesadas. De las que me hacen sentir dentro de un film de Pedro Almodóvar. Empezamos quedándonos dormidos. La señora que viene a ayudarnos, dejaba un mensaje en el contestador diciendo que no vendría porque le dolían los ovarios. Decidí darme una ducha. Cuando agarré el frasco de champú, noté que estaba vacío. Otra vez volví a juntar presión como la olla de Doña Petrona C. De Gandulfo.
El champú de mi hijo vendría bien. Y así fue. Salvo porque anduve todo el tiempo con olor a caramelo en la cabeza.
Ni siquiera respondí, como podría haberlo hecho, el saludo afectuoso de mi amado. Salimos apurados. Dejé a mi pequeño retoño en su jardín. Fui por los víveres y volví a casa. Puse el lavarropas y decidí sumergirme en la cocina. Me gusta cocinar, así que pensé que eso cambiaría mi mañana y me haría olvidar de mi incipiente dolor de cabeza. Tortilla de papas, pero hervidas, para que sea sana, sólo cocida con un poco de Fritolín. Una vez que tenía la preparación lista, recordé que hace unos días el mango del sartén se había quebrado.
No importa -me dije-, busco el viejo. Ese que había dejado de usar porque todo se pegaba. Y sucedió lo que tenía que suceder. La comida saludable no sólo se pegó sino que se hizo un sancocho.
No voy a perder todo –pensé-. Tomé una fuente para horno y lancé la mezcla adentro. Esto me salva, dije. Pero mientras eso me salvaba, la manguera del lavarropas se corría de lugar, sin que yo me diera cuenta y la lavandería parecía el mar de Puerto Madryn, ese que me había cautivado durante cuatro años. Olas de espuma en mi casa. Jamás lo había imaginado.
Miré la hora. Ya era tiempo de volver a salir. Busqué a la mascota para evitar dejarla encerrada en algún descuido. Y al fin la encontré. Vaya si la encontré. Se le había dado por comer el pasto crecido y como era de esperarse no lo tendría mucho tiempo en su estómago. Ahí estaba tratando de empujarla hacia afuera y de agarrar un trapo, papel o lo que tuviera a mano. Nada. No podía ser de otra manera. Y ya era más tarde. Mi hijo esperaba. Pero primero tenía que fregar.
Cuando el piso brillaba, salí corriendo mirando el reloj. Tropecé con el escalón de la vereda, caí y rompí el tacó de mi bota, mientras los cuidacoches -que habían decidido almorzar junto a mi puerta-, me preguntaban: “¿se cayó”. Mi mente respondía sin que mi boca pudiera emitir palabra, “No, a mí me gusta salir así de casa”.
Al volver, mi pequeño retoño me dijo: “Mamá esta comida no me gusta. Dame pan”. No había hecho ni comprado. Bueno, son pocas las opciones. Es lo que hay. Al menos ya no me dolía la cabeza y la mañana terminaba. No quiero pensar en la tarde, cuando recuerdo porqué no vino la señora que nos ayuda en casa. Y esta vez soy yo la atravesada.

jueves, 24 de septiembre de 2009

La mamá animal

-¿Mamá vos sos una vaca?
-No hijo, yo soy una persona.
-¡No. Vos tenés que ser una vaca!
-No, mi amor soy una mujer. No puedo ser una vaca.
-Entonces otro animal...
-¿A ver, por qué querés que sea un animal?
-Para que seas como la mamá de Matías.
-Hijo la mamá de Matías es una señora, no es ningún animal.
-¡Sí es un animaaaaaal!
-¿De dónde sacaste eso?
-De Matías. Dice que su mamá tiene cuernos.

La mandona

-¿Por qué no atendías el teléfono?
-Estaba en medio de una conversación.
-Siempre igual. ¿A qué hora venís? Ni se te ocurra comer antes alguna porquería por ahí, mirá que ya está lista la comida. Y no te olvides de pasar por la tintorería a buscar tu traje, porque yo no tengo tiempo.
-Ok.
-Ah y te aviso que llegó la cuenta del teléfono y sabés que de eso te encargás vos.
-Bueno.
-Otra cosa, cuando vengas a casa, vas a tener que hablar con tus hijos, cada vez están más descontrolados, no hay forma de que ordenen algo. Y Camilita no hace otra cosa que andar con las amigas todo el día y no se pone media pila para abrir un libro.
-Bueno, estoy en medio de un laburo, después lo hablamos.
-Siempre estás en medio de algo vos.
-Estoy trabajando.
-Bueno, aguantá un segundo, acordate que mañana es el cumpleaños de la prima Paca y tenemos que estar temprano. No me gusta que nos estén esperando.
-Está bien. Vos acordate que pasado mañana van los Quiroga a comer a casa.
-¡Ay Dios, maldita sea, no me había querido acordar!
-No empieces con tu mal genio.
-Siempre tengo que estar recibiendo gente que no me banco.
-Bueno, ¿qué querés? Que suspenda.
-Ves cómo sos. No te dije que suspendas, te dije que no me los banco. Pero donde manda capitán no manda marinero. Chau, nos vemos luego.
-Chau.

No me busques, porque me vas a encontrar

La mañana se mostraba radiante. Ideal para disfrutar. Nada mejor que un buen paseo. Una caminata al aire libre era la mejor idea para Leonor y Roberto. El parque fue el lugar indicado.
El plan se completó cuando llamaron a un matrimonio amigo para que los acompañara. Después de unas cuantas vueltas al lago, plagado de remeros, podrían ir juntos a almorzar. Eso sí, sin agregar demasiadas calorías. No en vano caminarían un par de horas.
En menos de lo que pensaban, los cuatro, dieron rienda suelta a sus piernas. Ellas unos pasos adelante y ellos de escolta. Mucha caminata y mucha charla.
Mientras las señoras hablaban de nuevas tendencias, los señores escuchaban y murmuraban algo cada vez que alguna joven los pasaba al trote con calzas y musculosa. Los pasos que seguían detrás de sus esposas les servían de cómplices.
Hasta que Roberto decidió meterse en la charla de las mujeres. “Vos dale con el tema de las cremas, que ya no hay lugar en el armario del baño para ponerlas y si seguís así me vas a desintegrar la billetera”. Ella no lo escuchó o hizo como si no lo escuchara.
Unos metros más adelante, él volvió a opinar. “Sí, seguí comprando porquerías. Además nada demuestra que sirvan para algo”.
Leonor no tenía ganas de que llegara el tercer comentario de su marido. Manteniendo el ritmo adquirido, tomó un poco más de aire y sin voltear su cabeza, lanzó su pensamiento en un tono lo suficientemente alto para que se escuchara a varios metros a la redonda:
-¡Querido y esas porquerías de cremas “for men” que están en el toilette, de quién carajo son!
-No tengo idea.
-¿Y el tonificante para cabello “for men”?
-Serán tuyos también, vos con tal de gastar comprás cualquier cosa.
-¿Y la máscara verde para eliminar impurezas, también “for men”?
-Bueno querida son un par de cositas.
-Ay cariño, seguí tu propio consejo, no gastes en porquerías porque en verdad con vos ha quedado demostrado que no sirven para nada. Y no me busques amor, porque te aseguro que me vas a encontrar.

martes, 22 de septiembre de 2009

Día mundial contra la trata de personas

El 23 de septiembre es el "Día mundial contra la trata de personas". Todas podemos ser víctimas. Para informarte, podés visitar la página: http://stophumantrafficking.ning.com/

viernes, 18 de septiembre de 2009

La lectora anónima (entre la felicidad y el temor)

Aquí, no he hecho más que cortar y pegar un escrito que no es mío. Es de alguien que se da a conocer como “una lectora anónima”. Tuvo ganas de relatar su historia y me la envió. La publico y la agradezco.
“Me gustaría que pongas esto en tu blog. Estuve leyendo algunas de tus historias y quise mandarte la mía. He visto que contás cosas sobre madres e hijas o hijos y me siento identificada con algunas.
“Por eso pensé que quizás podrías ser mi canal para hablar de algo que me hace sentir encerrada. Y me decidí a escribirte cuando leía la de la hija traidora, porque así me siento yo. El tema es que hace un tiempo que tengo una relación con alguien. Me siento plena y feliz. Pero no me atrevo a decírselo a mi madre. Y es porque sé que no me va a entender.
“Estoy segura que gran parte de mi familia no aceptará a la persona que amo. Por la sencilla razón de que es una mujer y yo también. Tengo miedo y culpa. Miedo de causarles sufrimiento por sentirme feliz y culpa por no poder ser como esperaban.
“Sé que algún día tendré que enfrentar la situación. Por ahora mi pareja me banca. Pero llegará el momento en que tenga que blanquear cuál fue mi elección.
Mi historia tal vez no tenga nada de humor o ironía. Pero está llena de sentimientos y por eso quise contarla. Sé que muchas personas son más valientes que yo, pero debe haber otras que pueden entenderme”
“Muchas gracias”.
Una lectora anónima.

Mi hija es una traidora

Tere es contadora. Su esposo arquitecto. Su hijo siguió los pasos de su padre y su hija está a punto de recibirse de abogada. La familia perfecta. Al menos ella así la veía.
De lunes a viernes actividades programadas. Horarios establecidos. Todos bajo un mismo techo. Los sábados por la mañana al club. Al medio día un almuerzo familiar; y por la tarde y noche cada cual atiende su juego.
El domingo, a misa. Siempre fue así. Y Tere estaba segura de que lo seguiría siendo. Como lo había sido desde que sus tatarabuelos llegaron de España.
Hasta que un día su nena mimada, quien ya cargaba con veintitantos, le contó que había conocido a alguien. Que estaba fascinada. Y que creía haber encontrado en él a su compañero ideal.
Pues al parecer se sumaría alguien más a la familia. Tenían que verle la cara. La facha como dicen los tanos. Pero la hija demoraba el encuentro. Tere se impacientaba. Llevaban meses saliendo y nada.
Hasta que llegó el día. En forma casual se encontraron. “Mamá, papá, les presento a Fabio”.
Tere no podía salir de su asombro. Su hija había elegido. Claro estaba. Había optado. Y había decidido cambiar las reglas. Soportaron un café juntos. No hubo muchas palabras. Sí algunos anuncios. “Papis, el mes que viene nos vamos a vivir juntos”.
Tere llegó a su casa. Tomó el teléfono y llamó a su terapeuta: “Doctor, mi vida es una porquería. Mi hija es una traidora. Se va a vivir con un artesano. De esos que hacen pulseritas en la plaza”.
Tere no acepta ni aceptará esa relación. Casi no visita a su hija. Ahora está algo ocupada. Dice que su hijo la necesita demasiado, y piensa que ya es tiempo de buscarle una linda chica para que no dependa tanto de ella.

Según dice el refrán...

Según reza el refrán, mal de muchos consuelo de tontos. Y Matilde no sería la excepción a la regla. No se sentía sola en el mundo femenino. Se sumaba a las experiencias que narraban sus amigas y se amparaba en ellas. "Siempre nos pasa lo mismo. Quien mucho abarca poco aprieta", decía y veía que como a las demás no le alcanzaban los brazos para abarcar todo.
Venía juntando presión como lo hacía la olla de Doña Petrona C. de Gandulfo en sus programas de cocina. Y sabía que algún día tenía que largar vapor. Por qué negarlo, si en todos lados se cuecen habas.
Despertar a los niños cada mañana, asearlos, cambiarlos, alimentarlos y perseguirlos por todos lados para prepararlos antes de ir al colegio, la hacía entrar en crisis como en una carrera desenfrenada.
Comenzaba a resoplar por lo bajo y por lo alto, apretando los dientes de vez en cuando. Y en el alboroto matinal, siempre algo le pasaba; una taza de café sobre la ropa, un baño siempre ocupado que la hacía sentir el último orejón del tarro y, como al perro flaco no le faltan pulgas, cada tanto un marido distraído preguntando por sus llaves, agendas, lapiceras, billetera, etc, etc,.
"A su tiempo maduran las brevas", había recordado Matilde esa mañana, mientras trataba de morderse la lengua antes de dar el próximo grito de guerra con algún “¡levantá eso!, ¡Apurate, que llegamos tarde! ¡Vos podrías ayudarme un poco ¿no?!, ¿Buscá la mochila? Pero con genio y figura hasta la sepultura, no lo lograba mantener la boca cerrada. Entonces entraban las moscas y tremendo lío armaba.
Casi lista para salir a la jungla, el cierre del más pequeño se atascaba a la mitad. El niño lloraba. Matilde forcejeaba y pensaba: "más vale maña que fuerza". Y volvía su ansiedad desgarradora y con ella los gritos, "¡Basta ya! ¡Me voy a tomar vacaciones y los voy a dejar solos a ver si se las arreglan!" Para su sorpresa, la respuesta familiar fue un rotundo ¡Sí, dale!.
Estaba todo dicho. A buen entendedor pocas palabras. Tenía que relajarse. Tomarse su tiempo. Al fin y al cabo la caridad bien entendida empieza por casa. Y si no lo hacía terminaría exhausta. “Sólo por hoy -pensó, como si estuviera participando de un grupo de terapia- dejaré todo como está. No por mucho madrugar se amanece más temprano y es casi imposible matar dos pájaros de un tiro a cada rato. A lo hecho pecho. Para algo me ha servido todo este arranque de loca. No hay mal que por bien no venga”.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Policías en acción

A punto de cruzar una calle céntrica y absorta en mis pensamientos, la sirena de una patrulla de policía me sobresaltó. Me quedé quieta cuando vi a dos de uniformados sacar sus cabezas por las ventanillas del auto como para divisar mejor su objetivo. Apreté mi cartera con fuerza esperando la próxima escena. Se bajarían para perseguir algún delincuente a gran velocidad, corriendo entre todo lo que se interpusiera.
Que ingenua fui. Todo el sonido, toda la expresión facial de los uniformados y toda su potencia iban dirigidas a una morocha con minifalda, tacos altos y lentes oscuros que pasó delante de ellos. Eran verdaderos policías en acción.

La mujer del carnicero

Lorena era nueva en el barrio y comenzó a familiarizarse con los negocios cercanos. Logró encontrar los lugares indicados para cada compra, excepto una buena carnicería.
“Por qué no probás con lo que está dos cuadras más allá”, le sugirió una vecina. Y así lo hizo.
Fue una vez y consiguió buenos cortes y precios. Entonces decidió volver. Detrás del mostrador, cuchillo en mano, el carnicero tenía otro humor. Jocoso, entonaba canciones románticas.
-Me da un kilo de carne molida.
-¿De cuál quiere?
-La más magra.
El carnicero cortó la carne en trozos y la arrojó en la moledora.
-¿Vio que linda molida le estoy dando?
-Sí veo.
-Tan linda como mis clientas.
Lorena sintió que el comentario le apuntaba directamente. No había nadie más en el local. Y en vez de sentirse halagada se puso molesta. Más aún cuando el señor seguía cantando canciones románticas, mientras amasaba el bollo de carne.
Recibió su compra. Pagó y salió pensando en la mujer del carnicero. Le diría él las mismas cosas que a sus clientas. Cantaría también frente a ella con tanto énfasis.
Lorena pensó que se estaba acartonando. Que lo que en otra época podría haberle parecido insignificante, ahora le resultaba pesado. Volvió a pensar en la mujer del carnicero. ¿Andaría ella piropeando hombres en su trabajo o al llevar a sus hijos a la escuela, haciendo referencia a lomos y colitas?.
Lorena sabía que lo que estaba pensando era casi improbable. Aunque en fondo deseaba que fuera un poco real. Al fin y al cabo, como suelen decir, la carne es débil y a cada chancho le llega su Navidad.

sábado, 12 de septiembre de 2009

En las mujeres es distinto

Iba por la calle sin pensar en nada, cuando tres niños no mayores de 10 años me sorprendieron con el rebote de una pelota contra la vereda. No sólo lograron sacarme de mi universo, sino que también me llevaron a prestarles atención. Primero en lo externo. Activos y desenvueltos, se movían con agilidad mientras hablaban. “En las mujeres es distinto” decía uno. “No, vas a ver que no”, agregaba otro. El tercero, muy seguro de lo que expresaba, como si predijera un futuro no muy lejano, afirmaba: “Ellas nunca van a pensar cómo nosotros. No van a ir a un partido de fútbol, porque no les interesa y nunca nos van a entender”.

Entre madre e hijo

-Mamá...
-¿Qué?
-Me quiero casar con mi novia.
-Pero vos sos muy chiquito.
-No soy chiquito, tengo tres.
-Bueno, ¿y tu novia quiere?
-Ah, bueno, sí.
-¿Y si te casás a dónde van a vivir?
-En la casita que me regaló la abuela.
-Bueno, pero entonces la mamá ya no te va a cuidar, ni a cambiar, ni a cocinar.
-Nosotros vamos a cocinar. Y yo la voy a cuidar a mi novia.
-Bueno, ya vamos a ver. Después lo seguimos charlando.
-Mamá...
-¿Qué?
-Vos sos un gigante y mi novia es preciosa.
Ese fue el fin de la charla.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Nada ni nadie podrá...

Después de haber tenido que reducir mi dieta diaria, por algo que afectó mi sistema digestivo o mi funcionamiento hepático o vaya a saber qué, no tuve otra opción que irme a la cama comiendo livianito y tratando de convencer a mi hijo de que mi panza no era la piñata del cumpleaños de Bruno ni una pelota gigante de básquetbol sobre la que él había decidido rebotar.
Las ganas de comer algo dulce me quitaban el sueño. Pero nada podría quitarme el placer de descansar. Sin embargo, no pensé en el “nadie”. Ni en las almas jóvenes y espirituosas que hasta la madrugada tenían pensado dejar salir su furia en la puerta de casa.
Tenía que mentalizarme: “nada ni nadie detendrá mi descanso”. Y mientras pensaba en eso, había olvidado controlar el radio reloj descontrolado, quién sabe por qué capricho de la tecnología. Entonces, cuando comenzaba a sentirme adormecida, alguien hablaba sobre no sé qué ayuda a no sé qué cosa en no sé qué emisora.
Me levanté. Caminé por toda la casa. Quise creer que mi sensación de malestar gástrico -o no sé qué- había desaparecido y enfilé hacia la heladera. “No. No. No. Ahí está la molestia. Mejor un tecito”, me dije. Pero me arrepentí.
Controlé que todos estuvieran descansado, aunque la tos de estación me recibiera como un coro de ángeles en cada habitación. Decidí volver a la cama. En el camino tropecé con la mascota, dije unas cuantas palabrotas, pero como susurrándolas, temerosa de que alguno de los hombres de la casa despertara, mientras me apoyaba en la pared para no caer. No caí, pero me llevé por delante un monopatín, que me hizo ir de las palabras soeces a la risa. Ya estaba demasiado despierta.
Agarré un libro y cuando empezaba a ponerse interesante caí rendida. Nada ni nadie impedirían mi descanso. A las pocas horas, sin luz del día aún, mi hijo tironeaba de las sábanas exigiendo un desayuno.
“Ya voy” dije pero antes arrimé mi cara al espejo. “¡Dios mío, no sólo me siento como la piñata del cumple de Bruno, sino que realmente lo parezco! La alergia a unas flores que mi madre me había regalado la mañana anterior se había adherido a mis ojos. Mi nariz estaba tan hinchada que apenas podía reconocerme.
“Podría ser peor”, pensé. Y comenzó la rutina. Aunque no había clases por el Día del Maestro, mi hijo logró recordar que su jardincito estaría abierto. Tenía que apurarme. Decidí prepararme un café. Se había terminado.
Pero ya me había dicho que todo “podría ser peor”. Y lo fue, cuando alguien en la calle, después del buenos días, me hizo notar las ojeras. ¡Las mías obvio! Me repetí una y otra vez: “Podría ser peor”. Y lo fue. Llegué a casa con tres bolsas de verdura que parecían diez, la perra pegó un salto sobre mí a modo de cariño. Me di un golpe con la puerta que aún no acababa de cerrar. Encontré la cocina llena de platos de la noche anterior. Cuando terminé de lavarlos ya era hora de preparar la comida. Y cuando terminé, ya era hora de poner a lavar ropa; y cuando terminé, ya era hora de buscar al niño y cuando llegamos ya era hora de etc, etc, etc,. Bueno acá estoy, en el mismo pensamiento de ayer: nada ni nadie... Podría ser peor ¿no?

sábado, 5 de septiembre de 2009

La crisis de los cuarenta

Cuando pienso en la crisis de los cuarenta, me pregunto si realmente es tal o si se trata de una oportunidad. Sin dudas, todas la vemos de forma diferente. Porque las vidas son y han sido distintas. No es lo mismo para aquella que a esa edad tiene hijos de 20 años, que para la que tiene un bebé o un niño pequeño, por ejemplo.
Tampoco es igual para las que trabajan dentro y fuera de su casa, que para las que decidieron quedarse con la maternidad tiempo completo. Pero la revolución interna suele presentarse parecida. Aunque no todas quieran o puedan percibirla. Buscamos algo; y la que no, seguramente lo hará a los 45 o a los 50.
Mientras algunas piensan en empezar a estudiar, otras lo hacen en tirar la toalla. Mientras algunas se vuelven hipocondríacas y se pasan gran parte de su tiempo en consultas médicas, otras se relajan. Mientras muchas se esfuerzan por alcanzar el último peldaño para sentirse realizadas en su carrera, otras se maravillan con el crecimiento del césped, desde que plantaron la semilla.
Hay mujeres que sienten que es el momento de devorarse la vida, en todo sentido. Otras se sienten feas, viejas, abatidas, volubles, inconformes. Algunas piensan en patear el tablero y recuperar la soledad, creyendo que encontrarán libertad. Y otras, como yo, se retuercen de emoción cuando su hijos, que apenas hace un año empezaron a hablar, tienen la capacidad de demostrarnos cuan equivocadas o acertadas estamos.
Tal vez, si sabemos aprovecharla, esa que llaman crisis sea nada más ni nada menos que el encuentro real con una misma y no lo que amistades, parejas u opinólogos carcanos o lejanos nos hacen creer. Quizás lo mejor sea aprovecharla.

Lobas con piel de cordero

Hablando con un hombre sobre una conocida, éste atinó a decir: "no es tan tonta como parece", y detrás de su comentario yo asentía, porque estaba convencida de que así era. Y pensaba, cuántas veces pasamos por bobas y en verdad es lo que menos nos interesa. E incluso utilizamos el recurso para obtener beneficios. ¡Maravilloso! ¡Lobas con piel de cordero!
Hice un recuento de situaciones vividas, tanto por mí como por mis amigas o conocidas. La satisfacción se me escapaba por la comisura del labio hasta transformarse en sonrisa.
Hoy, esas que parecen o parecían tontas, ocupan puestos importantes, crearon su mini empresa, criaron y crían hijos solas, viajan por el mundo, dominan distintos idiomas, consiguen rebajas, administran la economía del hogar, son el alma de una casa, esperan ver pasar el cadáver del enemigo por su puerta y cuando eso sucede creen en la justicia divina, más que en la liberación femenina.
Y si hurgo aún más en experiencias pasadas, las veo histéricas, embrocadas, llorando, siendo señaladas, apartadas, juzgadas, tratadas de brutas, recibiendo la cachetada virtual de un jefe diciéndoles: "no sabés, no pensés, no hablés, hacé esto o aquello".
Mujeres, algunas, de aspecto superfluo. Otras de apariencia aniñada. Incluso de andar torpe o con movimientos de gacela. Decenas que fueron tildadas de bobas y hoy andan por la vida demostrando que hay personajes que sientan bien. A veces logran ser descubiertas, entonces surge la frase "no es tan tonta como parece". Otras saborean sus conquistas, logros o ascensos como presas. Si piensan, seguro se cruzaron con alguna. Yo conozco a varias.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Blanca y radiante

Hace unos días, la mamá de dos niñas pequeñas me sorprendió con su pregunta: ¿Cómo hacés para tener la camisa impecable? Bajé la vista hacia mi ropa y era cierto, estaba blanca y radiante. Pero no tuve respuesta.
Su curiosidad era lógica, ya que sabe soy madre de un niño pequeño; y era una tarde de calor, con párvulos jugando a nuestro alrededor, al aire libre, mientras comían sandwiches, piononos con dulce de leche y chocolate, y todo lo que les gusta a los niños. Sin embargo, seguí sin tener una explicación para darle.
Horas más tarde, estaba fregando la camisa de mi hijo, manchada con pinturas de colores y restos de comida; la que le había quitado puntillosamente, luego de haberlo traído a casa como quién anda evitando encuentros cercanos de todo tipo. La incógnita estaba develada.

La competencia

Julia compró un perfume que hacía tiempo no tenía. Cuando su secretaria lo percibió recordó el nombre. Una semana después ella también lo estaba usando. Su jefa no lo notó. Pero sí se dio cuenta de que María Laura llevaba el mismo tono de rojo que ella en sus uñas.
Se conocían desde que Julia era una aspirante al puesto mayor. Pero llevaban trabajando juntas sólo unos meses. María conocía todos los horarios de su superiora, sus gustos y preferencias. Y si se le escapaba algún detalle se encargaba de solucionarlo. Y si de algo no estaba al tanto procuraba averiguarlo.
María Laura estaba tan pendiente, que hasta le sugería a Julia renovar su tintura, cuando las canas comenzaban a verse. Incluso se atrevía a mencionarle cambios de vestuario o a marcarle defectos.
Pasaban los días y Julia empezaba a cerrar la puerta de su oficina. Había comenzado a sentirse observada. Y hasta imitada, cuando vio en el dedo de su asistente el mismo anillo de bijou verde que había comprado hace una semana y el mismo jean que había adquirido en un negocio cercano a la oficina.
Un día Julia recibió un desayuno, en una bandeja delicadamente adornada. Se lo había enviado su marido. Nada de lo que contenía le gustó tanto como la taza. Por esas manías femeninas, sentía que era ideal para ella. Y lo había mencionado en varias oportunidades, en público y en privado.
María Laura le ofrecía un café cada mañana. Y Julia lo aceptaba sin peros. Siempre estaba como le gustaba. Hasta que empezó a notar que ya no llegaba en su taza preferida. Asomaba su cabeza por la ventana de su oficina y comprobaba que era su empleada quien sorbía un té humeante en ella.
Con el paso de los días, Julia ya sólo se limitaba a pedirle a María Laura lo que necesitaba. Esquivaba las charlas o los encuentros. Lo que en un principio le parecía algo inocente, ya la ponía molesta.
Luego de una jornada agotadora, ambas se despidieron, sabiendo que el día siguiente las reuniría. Julia llegó a su casa. Se quitó las botas. Abrió la heladera para ver qué cocinaría. Revisó el correo y decidió recostarse un minuto en el sillón del living.
Fue ahí cuando la vio a María Laura con su ropa puesta. Usando su maquillaje. Jugando con sus hijos y riendo con su marido. Cuando despertó tomó una decisión.
A la mañana siguiente Julia entró llena de furia a su trabajo, se dirigió a la cocina y le quitó su taza a María Laura. “Es mía”, le dijo. “Espero que no la vuelvas a usar".

La secretaria

Están las que saben idiomas, las que adquieren conocimientos médicos, contables, legales, personales, etc. Las que te reciben con una sonrisa en una recepción y las que no. Las que se transforman en asistentes pendientes de señoras y señores ocupados y las que se encargan de todo lo relacionado a un grupo.
Están las que escriben a mil por hora y a la vez, escuchan y hablan, mientras extienden la mano para atender el teléfono. Están las reservadas y celosas de sus palabras; esas que guardan bajo llave cientos de secretos. Y las que no.
Las hay sexys y modernas. O no tanto. Las que recuerdan cumpleaños, aniversarios, eventos y hasta se encargan de los regalos.
Algunas son rechazadas por las parejas de sus jefes/as. Otras ejercen una fascinación en maridos y esposas por su lealtad. Cientos de ellas, llevan y traen papeles, noticias, mensajes, cafés. Otras tantas, llevan y traen.
Quizás haya alguna que se asemeje a Lee Holloway, el personaje de la película de Steven Shainberg o a la interpretada por Renée Zellweger en Jerry Maguire
Están las que tienen que soportar a jefes intolerantes. Las que tienen que lidiar con babosos. Y las que se sienten a gusto.
Alguien decidió agasajarlas el 4 de septiembre. El por qué lo indican un par de versiones. El punto es que ellas, las secretarias, siempre están. Si así no fuera muchos/as terminarían acabados.