viernes, 18 de septiembre de 2009

Según dice el refrán...

Según reza el refrán, mal de muchos consuelo de tontos. Y Matilde no sería la excepción a la regla. No se sentía sola en el mundo femenino. Se sumaba a las experiencias que narraban sus amigas y se amparaba en ellas. "Siempre nos pasa lo mismo. Quien mucho abarca poco aprieta", decía y veía que como a las demás no le alcanzaban los brazos para abarcar todo.
Venía juntando presión como lo hacía la olla de Doña Petrona C. de Gandulfo en sus programas de cocina. Y sabía que algún día tenía que largar vapor. Por qué negarlo, si en todos lados se cuecen habas.
Despertar a los niños cada mañana, asearlos, cambiarlos, alimentarlos y perseguirlos por todos lados para prepararlos antes de ir al colegio, la hacía entrar en crisis como en una carrera desenfrenada.
Comenzaba a resoplar por lo bajo y por lo alto, apretando los dientes de vez en cuando. Y en el alboroto matinal, siempre algo le pasaba; una taza de café sobre la ropa, un baño siempre ocupado que la hacía sentir el último orejón del tarro y, como al perro flaco no le faltan pulgas, cada tanto un marido distraído preguntando por sus llaves, agendas, lapiceras, billetera, etc, etc,.
"A su tiempo maduran las brevas", había recordado Matilde esa mañana, mientras trataba de morderse la lengua antes de dar el próximo grito de guerra con algún “¡levantá eso!, ¡Apurate, que llegamos tarde! ¡Vos podrías ayudarme un poco ¿no?!, ¿Buscá la mochila? Pero con genio y figura hasta la sepultura, no lo lograba mantener la boca cerrada. Entonces entraban las moscas y tremendo lío armaba.
Casi lista para salir a la jungla, el cierre del más pequeño se atascaba a la mitad. El niño lloraba. Matilde forcejeaba y pensaba: "más vale maña que fuerza". Y volvía su ansiedad desgarradora y con ella los gritos, "¡Basta ya! ¡Me voy a tomar vacaciones y los voy a dejar solos a ver si se las arreglan!" Para su sorpresa, la respuesta familiar fue un rotundo ¡Sí, dale!.
Estaba todo dicho. A buen entendedor pocas palabras. Tenía que relajarse. Tomarse su tiempo. Al fin y al cabo la caridad bien entendida empieza por casa. Y si no lo hacía terminaría exhausta. “Sólo por hoy -pensó, como si estuviera participando de un grupo de terapia- dejaré todo como está. No por mucho madrugar se amanece más temprano y es casi imposible matar dos pájaros de un tiro a cada rato. A lo hecho pecho. Para algo me ha servido todo este arranque de loca. No hay mal que por bien no venga”.

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