
Su curiosidad era lógica, ya que sabe soy madre de un niño pequeño; y era una tarde de calor, con párvulos jugando a nuestro alrededor, al aire libre, mientras comían sandwiches, piononos con dulce de leche y chocolate, y todo lo que les gusta a los niños. Sin embargo, seguí sin tener una explicación para darle.
Horas más tarde, estaba fregando la camisa de mi hijo, manchada con pinturas de colores y restos de comida; la que le había quitado puntillosamente, luego de haberlo traído a casa como quién anda evitando encuentros cercanos de todo tipo. La incógnita estaba develada.
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