domingo, 30 de enero de 2011

Años más, años menos. Confesiones cuarentonas

¿Por qué me agrego años en vez de quitármelos, como suelen, según dicen, hacer las mujeres y, hoy en día, unos cuantos hombres?
Con una convicción absoluta, hace casi un año que digo que tengo 42, cuando, como ya les dije estoy a unos pasos de cumplirlos. A las amigas. A las compañeras del gimnasio. A las vecinas. A la secretaria del médico, etc., etc., etc. Y después que lo hago caigo en la cuenta de que no es así. Pero no doy marcha atrás, excepto con el médico, como si algo malo fuera a suceder en mi cuerpo porque he cambiado un 1 por un 2.
El tema es que no me dan ganas de esforzarme en la explicación de por qué me sumo años en lugar de quitármelos. Y, además, porque no estoy segura de cuál sea la respuesta indicada.
La primera idea que se me cruza es porque soy una despistada. Aunque si no quiero aceptarme como tal, podría decir que en realidad ya viví los 41 y ahora estoy viviendo los 42.
Pero siempre hay una tercera opción y la busco. Me remito a la fecha de nacimiento. A la vida de mi madre cuando me llevaba en su vientre. A la escuela primaria. A lo que se me cruce por la cabeza. Y entonces, ¡bingo! recordé una frase que me dijo una vez el actor y humorista Carlitos Perciavalle (http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Perciavalle
"Nena, vos siempre tenés que decir que tenés dos o tres años más. Entonces todos, pero todos de verdad, van a pensar que estás regia". Esas palabras entre las tazas de café y grabador de periodista parecían la fórmula secreta de la eterna juventud. Aunque ambos sabíamos que no era así.
En ese momento el comentario me pareció ingenioso. Carlos se fue al teatro y yo volví a mi vida. Sin embargo, mi disco rígido almacenó información que sabía en algún momento podría ser de utilidad. Y con el tiempo, parece que mi inconsciente sacó sus propias conclusiones.
Encontré tres opciones. La de Carlitos me parece la mejor para responder por qué me sumo años en lugar de restar. Y si no, soy carne de diván. Y si sí, también.

sábado, 29 de enero de 2011

De regreso

"Yo soy lo que soy, no tengo que dar excusas por eso. A nadie hago mal, el sol sale igual para mí y para ellos". A punto de cumplir 42 he hecho de esta frase algo especial. Ya no me importa lo que no me tiene que importar y no tengo idea de lo que vendrá. Pero sí de lo que quiero.
A punto de cumplir 42 he asumido que no puedo hacer más para combatir la celulitis que lo que ya hago. Que si me esfuerzo una hora por día -o cada dos días- en un gimnasio es porque quiero vivir una vida más placentera junto a los seres que amo. Que si no fumo es porque me propuse una meta y fui fuerte para cumplirla. Que sí puedo sentirme rara cuando alguien me critica por pensar distinto, pero eso no me hace cambiar mis ideales.
A punto de cumplir 42 años estoy desempleada. Y a veces pienso en volver al ruedo de inmediato, antes de que la década se esfume. Otras me refugio en los placeres de ama de casa que desespera por querer abarcar todo de una sola vez.
A veces me siento grande para conservar la paciencia y a veces muy niña para permitirme perderla con facilidad.
A punto de cumplir 42 años me doy el gusto de amar y ser amada, bailar, reír, cantar, gritar, llorar. Leer y ser leída. Analizar y ser analizada. Me he permitido detestarme y quererme. Pero nunca he querido operarme nada. Ni la nariz, ni las lolas, ni los pliegues de la panza que aparecieron por un tiempo después del parto.
A punto de cumplir 42 años no temo decir que soy gruñona, que muchas veces meto la nariz donde no debo, que me pongo a la par de una adolescente para discutir lo indiscutible, que veo Gran Hermano cuando se me antoja, que el cine iraní no es mi fuerte y que puedo analizar el conflicto político y social actual mientras miro de reojo los programas de chimentos.
A punto de cumplir mis 42 años le hice caso a la frase "paren el mundo que me quiero bajar". Fui yo quien lo detuvo. Busqué cada uno de sus rincones para observarlo y observarme en él. Y sin todas las respuestas volví a subirme.
Tengo una sola vida. Un hijo. Un hombre que me ama. Una familia que siempre está. Una perra que me da más de lo que una puede imaginar. También tengo preocupaciones y problemas. Pero también dos manos, dos brazos, dos piernas. Y la infinita capacidad para dar gracias a la vida.
A punto de cumplir mis 42 años asumo que "yo soy lo que soy, no tengo que dar excusas por eso". Que ya no importa para quién soy inteligente y para quién no. Que escribo porque me gusta y no dejaré de hacerlo porque a alguien no le guste. Que todo lo que muestro es lo que hay y lo que dejaré para siempre. Y que tal vez este es el momento de volver a empezar las historias.