viernes, 29 de enero de 2010

Una noche importante

Cuando sintió que la migraña la atacaba, había subido sólo 7 escalones, con su vestido largo de seda natural estampada. Aunque el rojo era tan fuerte como su sangre, nadie notó su presencia, menos aún la rosa negra que sujetaba su cabellera rubia.
Pálida de personalidad no llamaba la atención. Pero tenía que estar allí. Era una noche importante.
Llegó al final de la escalera y vio a su marido jugueteando con la copa de vino oscuro. Rodeado. Escuchado. Adulado.
Pensó en acercarse y sumarse a la rueda. Pero prefirió zambullirse en el sillón blanco desde el cual podría apreciar toda la ciudad encendida.
Aceptó el trago que le ofreció el mozo sin ni siquiera mirarlo y al tratar de darle el primer sorbo, un movimiento torpe hizo que el vidrio de la copa diera contra sus dientes. El martini se derramó por su escote mezclándose con su perfume caro, ese que Ernesto le había traído de París cuando dio allí una conferencia suprema.
Tomó impulso para pararse cuando sintió que su taco se enganchaba en la madera de la terraza. Perdió el equilibrio. Entonces, ya no sólo su vestido era rojo. También lo eran su cara, su cuello, sus manos, que parecían pedir auxilio desesperadamente.
Intentando agarrarse de una baranda sintió que alguien la tomaba de su brazo. Al ver la cara de su esposo sintió que su respiración había vuelto.
“Ernesto –dijo- te estaba esperando”. Él, sin dejar de mostrar su sonrisa, se le acercó al oído y le dijo: “Querida, has bebido demasiado. El chofer te llevará a casa”.

jueves, 28 de enero de 2010

La mariposa celeste

Temía convertirse en una imagen de la Sara bíblica si miraba hacia atrás en busca de alguna respuesta. Pero, a la vez, quería adquirir una poción mágica que le diera la dureza suficiente para enfrentar un futuro en el que se veía acorralada.
No se animaba a dar ni un solo paso. Ni siquiera a mirar hacia un costado. El olor, pesado e indefinido, la perturbaba y llevaba hacia alguna cueva. Extendiendo los brazos trataba de abrirse camino con las manos, ciega, sorda y muda.
El laberinto se desdibujaba en su cabeza, cuando un golpe suave sobre su pecho la sacó del letargo. Sacudió algo con sus manos sin saber qué era. Y miró. Creyó sentir, en el medio del silencio, el esfuerzo de unas alas surcando el calor intenso. Bajó sus párpados para evitar el furioso haz de luz que se colaba entre las hojas del Olmo. Volvió a mirar pensando que alucinaba. Las había visto anaranjadas, amarillas, blancas, pero jamás celestes.
En un simple parpadeo la perdió. Se movió hacia un lado y hacia el otro. Giró 180 grados. Inclinó la cabeza hacia arriba a la izquierda. Luego a la derecha. Ya no estaba. Se había alejado, pero no sin antes haberla sacado del pánico carcelario que la tenía encerrada entre dos baldosas. Sin un movimiento. Sin nada.
Hoy mientras esconde una cana, entre su cabello oscuro, con sus manos manchadas por el paso del tiempo, siente la llegada de un derrumbe. La quietud revuelve en el pasado y con una firmeza insospechada su mente le devuelve la imagen de la mariposa celeste, aquella que con su corta vida le dio a ella una diferente.

domingo, 17 de enero de 2010

Las palabras más usadas por las mujeres

Comparto con ustedes un mail que me mandó una amiga.
Los diez puntos a tener en cuenta, con las palabras más usadas por las mujeres. No sé quién lo escribió. Pero aquí va. Lo que ellas le "dicen" a ellos.
1. BIEN: Esta es la palabra que usan las mujeres para terminar una discusión cuando creen que tienen razón y tú tienes que quedarte callado.
2. 5 MINUTOS: Si la mujer se está vistiendo, significa entre media y una hora. Si estás leyendo el diario o viendo el partido y tienes que ir con ella o hacer otra cosa que ella quiere, sí son sólo 5 minutos.
3. NADA: La calma antes de la tempestad. Quiere decir algo y deberás estar alerta. Discusiones que empiezan con NADA normalmente terminan con BIEN (mira el punto 1).
4. HAZ LO QUE QUIERAS: Es un desafío, no un permiso. No lo hagas.
5. GRAN SUSPIRO: Es como una palabra pero no verbal. Muy a menudo los hombres no lo saben interpretar. Un GRAN SUSPIRO significa que ella piensa que eres un idiota y se pregunta por qué está perdiendo su tiempo peleando contigo discutiendo sobre NADA (mira el punto 3).
6. O.K.: Es una de las palabras más peligrosas que una mujer puede decir a un hombre. Significa que una mujer necesita pensar muy bien antes de decidir cómo y cuando hacértelas pagar.
7. GRACIAS: Una mujer te agradece; no hagas preguntas o no te desmayes, quiere sólo dar las gracias (pero si dice MUCHAS GRACIAS es puro sarcasmo y no te está dando las gracias de verdad).
8. COMO QUIERAS: Es el modo gentil de la mujer para decir: “¡Andáte a pasear!”
9. NO TE PREOCUPES QUE YO LO HAGO: Otra frase peligrosa. Significa que una mujer pidió a un hombre algo algunas veces pero se tuvo que dar por vencida y hacerlo ella misma. Esto llevará al hombre a preguntarse: “Pero, ¿qué hice de malo?” La respuesta de la mujer es el punto numero 3.
10. ¿QUIÉN ES?: Esta es solo una simple pregunta, pero recuerda que cada vez que una mujer te pregunta “¿Quién es?” en realidad te está preguntando: “¿QUIÉN ES ESA Y QUÉ ES LO QUE QUIERE CONTIGO?” Ojo con lo que contestas.

viernes, 15 de enero de 2010

El reflejo amargo

Patricia L. había decidido sorprender a todos con un cambio de imagen. No se había sentido bien durante los últimos meses. Su marido le había pedido el divorcio, para poder reiniciar su vida con otra mujer, Agustina P., un poco más joven que ella y con otro tipo de aspiraciones.
Después de mirarse durante varios minutos en el espejo, pensó que una larga cabellera le daría más vida a aquel reflejo amargo que recibía y para ello debía deshacerse de la melena corta y de la tintura negra que la acompañaba.
Aunque siempre le había causado gracia ver cómo alguna de sus amigas de un día para otro aparecía con treinta centímetros más de pelo, fue en busca de las extensiones.
“Nada de rulos. Bien lacias y largas, y con un tono dorado”, le dijo al estilista sin dudarlo. Al saber que en dos días estarían listas para ella las mechas naturales, salió de la peluquería con otro semblante.
Varias horas de paciencia. Algunas revistas viejas y ajetreadas. Un par de cafés. Chismes. Parloteo y listo. El espejo le daba la bienvenida a la renovación. Y el diálogo de fondo, cual abducción, la transportaba hacia un agujero negro.
“Chicas –decía el peluquero- no olviden pagarle a Agustina P. su cabello. Miren que Patricia ya se lo lleva puesto”.

“Todo me pasa a mí”

Si por algo se caracteriza Sonia es por su nerviosismo. Ella afirma que nació nerviosa y seguirá así por el resto de su vida. Sin embargo, eso es algo que la atormenta. Convive con un malestar constante. Es tan consciente de ello que ha probado varias terapias, con distintos terapeutas. Ha pasado por el diván un par de veces, pero no consigue el alivio. Ha usado té de tilo, ansiolíticos y antidepresivos. Ha probado con yoga, pilates, relajación, respiración y natación. Las endorfinas se mueven, pero Sonia adolece, aunque ya ha superado los cuarenta años.
Se levanta nerviosa, come nerviosa, le cuesta dormirse y relacionarse.
-¿Qué es lo que te pasa Sonia? (pregunta una amiga)
-Todo. Todo me pasa a mí.
-¿Qué es todo. Puedo ayudarte?
-No, soy yo la única que puede hacerlo. Pero siempre fracaso.
-Tendrías que intentar relajarte.
-Ojalá pudiera.
-¿Pero te das cuenta de que necesitás algún cambio? ¿Qué pasó con la terapia?
-Me cansó. Tanto como me cansa la vida.
-¿Qué puede ser tan grave?
-Sospecho que vivir. Mejor dicho, sospecho que vivir sin disfrutar.
-¿A qué te referís?
-Es complicado…
-¿Qué tanto?
-Tanto como haber construido un mundo ideal. Como un cuento de hadas. Con castillos, príncipes y princesas.
-Entonces, ahí está todo el problema. Estás pensando como una niña dentro de su mundo mágico.
-Así es. Y estoy llena de ilusiones y fantasías.
-Sonia, es hora de crecer. Incluso sin descartar esas ilusiones y fantasías.
-Ese es el problema, me cuesta hacerlo. Soy como una niña en un cuerpo adulto. Y eso duele. Tanto, que siento que todo me pasa a mí.
-¿Y qué harás al respecto?
-No lo sé. Tal vez deba tomar mi varita mágica y transformar mi realidad.

jueves, 7 de enero de 2010

Ella y el hombrecito del saco a cuadros

Más de veinte eran las mujeres que trataban de escapar del hombrecito de saco a cuadros, cada vez que lo veían circular por la oficina. Y lo consideraban pequeño, aunque su estatura mostrara lo contrario. Lo percibían diminuto de mente y hasta un poco enfermo, y no precisamente porque su cuerpo lo indicara, sino más bien porque su mente lo demostraba.

A algunas les producía un rechazo inmediato. A otras temor. Ninguna se animaba a enfrentarlo cada vez que alguna de sus frases las ruborizaba. Parecía tener un don especial para paralizarlas. Ellas sólo podían quejarse en voz baja. O simplemente compartir, a escondidas, los bochornos a las que él las sometía.

No importaba la edad ni el aspecto que tuvieran. A veces, el acecho era diario. Otras se tomaba su tiempo y esperaba alguna ocasión especial para salpicarlas con su hablar libidinoso. Hasta que una de ellas decidió enfrentarlo. Juntó pruebas. Fue hasta la oficina del jefe de personal y las dejó caer sobre el escritorio. Sólo recibió como respuesta una sonrisa sarcástica. No había logrado que le prestaran atención y menos aún que el hombrecito del saco a cuadros dejara de devorarla con la mirada.

Y como si alguna fuerza extraña lo envalentonara o lo nutriera de algún poder especial, él se hacía más presente. Ella sentía sus pasos con mayor frecuencia. Si iba por un café a la cocina del edificio, ahí estaba él para acercarle la taza. Si tomaba el ascensor, le abría la puerta. Si buscaba un viejo tomo en la biblioteca, aparecía para sostenerle la escalera. Y ella volvía a quejarse en voz baja. Pero ya era la única que lo hacía. Volvió a juntar coraje y arremetió en la oficina de personal. Pidió ayuda. Sólo recibió a cambio un "no sea perseguida".

Entonces, ella, sentía que su energía se consumía. Su humor ya no era el mismo. Sus sueños tampoco. En pocos meses se vio envuelta en miedo. Le costaba salir de su casa para ir al trabajo. Sus defensas estaban tan bajas que se enfermaba cada diez días. Mientras tanto, el hombrecito del saco a cuadros la seguía de cerca. Ya no soportaba no soportarlo.

Buscó ayuda una vez más, pero esta vez en un edificio cercano. La placa del médico psiquiatra le daba la bienvenida y con ella una licencia por varios meses. Pero el hombrecito seguía apareciendo. Una llamada o un papel con otra frase lujuriosa por debajo de su puerta. Y ella ya ni podía quejarse en voz baja. El pánico la empujaba hacia su cuarto.

Con la licencia psiquiátrica vencida y sin dar aviso a nadie, ella ya no salía. El timbre logró sobresaltarla. Asustada, pensando que el hombrecito había sido capaz de seguirla con su acoso hasta su cueva, se asomó por la mirilla. El alivio llegó al ver la gorra del cartero. El final con el telegrama de despido.

lunes, 4 de enero de 2010

Un recuerdo de infancia en penumbras y un adios a Sandro.

El tocadiscos dejaba salir la voz que invadía la galería de la vieja casa. Recuerdo que me sentaba sobre el piso de baldosas amarillas y negras, mientras mi madre cosía o sacudía los muebles con una bandana cubriéndole el pelo.
La voz parecía salir a propósito del long play y sin que me diera cuenta ingresaba a mis oídos sin permiso. Una y otra vez. Tantas como podía.
Años más tarde alguien prendía la tele y sin aviso la voz volvía a sonar en mi cabeza para salir como un soplido por mi boca, sin darme tiempo a pensar. Y ahí estaba yo, cantando, diciendo palabras de memoria. “La noche se perdió en tu pelo, la luna se aferró a tu piel y el mar se sintió celoso y quiso en tus ojos estar él también”.
Con el tiempo, estaba segura de poder repetir la canción completa, ya sin el televisor ni el tocadiscos encendidos. Pero para ese entonces, la voz había vuelto a mi mente y se había alejado de mi boca. El simple hecho de haber tarareado alguna estrofa del Gitano hubiera sido tildado de “grasa”. La adolescencia irrumpía con la moda. Con otros estilos. Con otra vida. Sin embargo, allí estaba, en penumbras.
Cómo podría mi memoria olvidar al morocho que salía en las películas moviéndose de forma extraña, con un cigarrillo en la boca y un vaso siempre medio lleno. ¿Cómo podría, si había crecido con eso?
Y si buscó en mi memoria puedo recordar muchas de sus canciones, aunque tal vez no completas. Pero ahí están Te propongo, Una muchacha y una guitarra, Quiero llenarme de ti, Trigal, Rosa rosa, Tengo, Dame, Como lo hice yo, París ante ti.
No había notado que eran tantas. Cómo pude recordarlas tanto tiempo. Tal vez algún tributo rockero me las refrescó. Como sea. Allí estuvieron y allí estarán. Entre la penumbra de un suave interior.

sábado, 2 de enero de 2010

Año nuevo, vida nueva.

Había controlado a Gómez durante todo el ciclo lectivo. Ya lo había tenido como alumno y consideraba que podía ser tan problemático como el año anterior. El chico era buen estudiante, pero su comportamiento distaba de lo que ella consideraba lo adecuado.
“Gómez: cierre la boca”, “Gómez lo voy a amonestar”, “Gómez pase al frente”, “Gómez para mañana traiga...”, “Gómez sáquese el chicle de la boca”, “Gómez se va a pasar el verano estudiando”, Gómez, Gómez, Gómez.
Lo que ella no percibía era que ya con 18 años, el alumno ni siquiera tenía la intención de seguirle la corriente. Menos aún de enfrentarla. Por su cabeza pasaban otras historias. A lo sumo, lo único que quería era terminar los estudios para tomar su mochila e ir en busca de otras voces que le dieran una tonalidad distinta y de otros ojos que lo miraran diferente. Pero ella estaba tan oculta y cerrada, que necesitaba a alguien en quien depositar su ira.
El año había finalizado y Gómez le había cerrado la puerta a una etapa de su vida. Ella buscaba opciones, mientras acariciaba a su gato. La soltería le pesaba a los 45, al igual que su familia. Entonces inició una búsqueda. Un hobby, un viaje, una lavada de cara a su departamento. Hasta que una colega la invitó a pasar la noche de Año Nuevo con un grupo de amigos.
Tal vez ese podía ser el comienzo del cambio. Aceptó. Sin embargo, no demostró demasiado entusiasmo. Ni siquiera reparó en su imagen. Usó una de las tantas blusas que se ponía a diario y la clásica falda negra que ya la identificaba. Tomó el bolso raído. Arrancó la hoja del bloc donde había anotado la dirección y salió.
No le costó mucho encontrar la casa. Conocía la zona. Bajó del auto pensando que tal vez debería volver a su departamento. Por qué había tenido la loca idea de empezar el año con desconocidos. El sonido del hambre en el estómago la devolvió a la tierra cuando su dedo ya estaba apoyado en el timbre.
Segundos más tarde, Gómez le abría la puerta y le daba la bienvenida a su casa.