miércoles, 20 de julio de 2011

Felicidades

Amig@s antes de que termine el día paso a dejarles un feliz día del amig@. Ojalá lo hayan pasado bien. Quienes me conocen saben que no soy de festejarlo como el comercio manda, pero sí de celebrarlo como los sentimientos dicen. Salu2.

viernes, 1 de julio de 2011

La hora indicada

"No entiendo lo que quisiste decir" sentenció su editor cuando ya estaba dispuesta a contar los billetes que le quedaban en el bolsillo, para tomar un taxi que la llevara hasta su casa. La frase le produjo un sentimiento indescriptible. Quizás porque no estaba prestando toda la atención que tanto el texto como el hombre le requerían.
Su mente estaba confusa. Su nariz congestionada y su cuerpo a punto de entrar en ebullición. Quizás por cansancio. Por hartazgo. Por disconformidad. No le importó el "no entiendo", ni la voz del hombre que releyendo continuaba con la idea de descifrar el escrito.
Vio que el dinero no le alcanzaba para pagar el viaje. Entonces, pensó que podía descontar algunas cuadras caminando, ya que era capaz de calcular desde qué esquina el reloj pondría en movimiento los números hasta llegar a los 7,30 pesos que tenía. Ni un centavo más ni uno menos. Los números justos. Los mismos que cada mañana se reflejaban en su cara cuando sonaba la alarma de su despertador digital.
Ya había caminado más de 7 cuadras, cuando notó que había olvidado registrar su salida de la empresa. Regresó unos pasos. Treinta. El frío había desatado en ella unas ganas terribles de tomar chocolate caliente. Olvidó el viaje en taxi y entró al café.
Por un instante, pensó en aquel "no entiendo" de su editor. Apoyó sus manos cubiertas hasta la mitad por unos mitones sin dedos que alguna vez se había tejido y disfrutó del primer sorbo. Miró a su alrededor y vio cómo las bocas humeantes ingresaban parloteando. Se recostó sobre la silla y miró su reflejo en el vidrio. Saco beige de lana gruesa. Boina beige de lana fina. Los mitones, color crema, y la bufanda igual, crema y gruesa.
Un golpe de nudillos contra el ventanal le desenfocó su propia imagen. "No sólo no me escuchaste, sino que te fuiste sin explicarme qué quisiste decir". Otra vez el sentimiento indescriptible la hacía tambalear, mientras su jefe sacaba de su maletín un impreso y leía en voz alta: "No es esto lo que me merezco. Gastaré hasta mi último centavo y no volveré más". "Qué clase de broma es esta -agregó el hombre- debiste entregarme el trabajo a las 7.30".
La ebullición estaba en su punto justo. Metió su mano en el bolsillo del saco beige, tomó los 7 pesos y los puso bajo la copa de chocolate vacía. Hurgó hasta encontrar las tres monedas de 10 centavos las arrastró con sus dedos hasta su palma. Las puso una encima de otra y las dejó sobre la mesa.
Volvió a prestarle atención a su imagen reflejada en el vidrio. Se abrigó hasta la nariz y salió sin decir nada. Caminó hasta su casa. Al llegar encendió todas las luces y arrancó con fuerza el enchufe del despertador. El mediodía la sorprendió con un reflejo de sol sobre sus ojos. Pensó que el rojo de las flores de la pequeña maceta de su vecino sería el tono ideal para un nuevo abrigo.

(La imagen es del artista español Ernest Descals)