Presa de sus pensamientos, en búsqueda de libertad no percibió el mal tiempo. De nada le serviría permanecer en un lugar en el que ya no tenía espacio. Comenzó a deshacerse de algunas cosas a las que llamaba viejas, casi de manera inconsciente. Primero algunos papeles ya amarillos, luego crayones partidos, pinceles, revistas, incluso zapatos y trajes que adoraba pero habían permanecidos quietos, en el mismo sitio durante años, como algunos de sus logros y sus sueños.
Rutinaria al extremo, no había notado cuántas cosas ya estaban fuera de su mundo, como si su otro yo las hubiese arrojado hacia la nada sin pedir permiso. Y mientras eso sucedía llegó la tormenta que había ignorado.
Las gotas eran tan pesadas que no hubo paraguas que pudiera detenerlas. Y ella ya estaba afuera, en medio de la nada. Justo frente a la libertad sin techo.