viernes, 31 de julio de 2009

Niña precavida

Mi abuela siempre decía: “por las dudas, siempre hay que tener dos velas, generalmente, cuando una se apaga la otra queda encendida”. Y eso es lo que aplica Valentina, una niña de tres años, a la que el nene de la salita de dos llama su novia, princesa, bonita. Y la relación parece ser cierta cuando se los ve de la mano, a los abrazos y besos.
Pero la nena, a veces, se enoja con él porque mientras ella quiere jugar a las escondidas, el pequeño quiere correr carreras. Entonces, se muestra dolida. Pero, en el fondo, es una niña precavida y si algo no resulta, no hay mal que por bien no venga. Entonces, le confiesa a su seño:
-Vení que te cuento un secreto...
-¿Qué Valentina?
-Yo estoy de novia .
-Ah sí, ya sabemos.
-No, es un secreto.
-Si, ya vimos...
-No éste no, otro, de otro lugar, que se llama...

jueves, 30 de julio de 2009

Hola, con la virgen de Guadalupe...

Esta es parte de la historia que empiezan a escribir nuestras nuevas generaciones.
La mamá preocupada por la salud del abuelo de su hijita, de cuatro años, intentó explicarle cuál era la situación. Después de hacerlo le dijo a la nena:
-Pedile a la Virgen de Guadalupe que cuide al Tata.
-Si, dale, pasame el celular que le pido...

Los recuerdos de Alfonsina

Alfonsina tenía más de 80 años cuando me contó su historia. Estaba feliz con la vida que tenía. Pero tuvo que romper varios mandatos paternales para conseguirla. "Tenés que hacer lo que el corazón diga" sostenía, después de haber vivido en contra de lo que la sociedad exigía y, en su círculo más íntimo, padres y hermanos.
Iba al baile acompañada de su madre. Y tenía la suerte de ir, porque estamos hablando de la época en que las chicas no hacían más que dar vueltas por la plaza para divertirse y llevarse el saludo de uno que otro galán. Pero no había muchacho que le interesara.
"Todos acartonados", decía. No era lo que quería. Toda su ilusión estaba en el terreno baldío que había quedado entre algunas casas en el Este mendocino. Pasaba todos los días, con la cabeza gacha. Mirarlos estaba prohibido. Menos aún dirigirles la palabra.
Sin embargo ella, estaba como embrujada por el gitano. Lo espiaba desde la ventanilla del ático de su casa, transformado en la pequeña biblioteca de su padre.
Por las noches, sentía los sonidos. Las fiestas ahí, cerca, pero lejos, eran distintas. Un día, le dijo a su hermana, que aunque le costara la vida las disfrutaría. Fue así, que descalza, portando un camisón de frisa blanco, adornado por un par de trenzas negras que caían sobre sus hombros, colocó la escalera contra el muro y trepó tan rápido que no le quedó aire para quejarse por los raspones que se hizo en las rodillas al caer.
La voz gruesa frente a su cara la hizo tambalear mientras se incorporaba. Pensó que Don Manuel, su papá, la había descubierto. Sin embargo, ahí estaba, extendiéndole la mano en un convite hacia su sueño, el gitano. Bailó con ella, hasta que las botellas quedaron vacías. Alfonsina, tuvo los pies sangrantes de saltar sobre la tierra, de bailar enardecida, por mucho tiempo. Pero guardó el recuerdo por mucho más. En silencio.

Yo quiero lo que ella tiene

Había envidiado cada detalle de su belleza. Sentía, desde la superficie de su interior más profundo, que jamás sería como ella. Nunca tendría su cabellera lacia y brillante. Tampoco su porte de figura de porcelana. Menos aún su inteligencia. Y ni hablar de su innata seducción.
Siendo una niña, Carolina ya cargaba con uno de los siete pecados capitales. Y estaba segura que ni el tiempo ni el esfuerzo le darían lo que la otra tenía. Ni su casa. Ni su ropa. Ni su estilo. Con tan sólo diez años de edad, parecía haberse propuesto aceptar un destino. Ese que ella misma iría modelando.
Y así fue. Nunca logró parecerse a la otra. Pero sólo lo olvidó cuando alguien más quiso ser como ella. Carolina, con su pelo tosco, sus ojeras marcadas, su estatura mediana y su mala dicción, había construido una vida tranquila. Sencilla. Sin mucho de más ni de menos. Rodeada de niños y afectos. Y desde la vereda de enfrente de su casa humilde, a alguien más le apetecía lo ajeno.

viernes, 24 de julio de 2009

Estelas marinas

Alguien me dijo alguna vez, que su hija se llamaba Estela Marina, porque había nacido mientras su padre navegaba. Muchos años después, conocí a algunas de las mujeres a las que por relación con los pescadores les dicen las marineras.
No sé si la vida embarcado es dura. Pero sé que para las que quedan en tierra suele serlo. Y, según cuentan, hay dos tipos de marineras en tierra, las que esperan como Penélope, tejiendo y destejiendo el tiempo y las que saludan debajo del barco para marcharse caminando despacito hacia el boliche. No conocí a ninguna de estás últimas. Sólo me contaron de ellas. Pero sí compartí algunos momentos con las que cuentan los días, durante meses, para ver bajar a sus hombres en el muelle.
Los fines de semana, caminábamos durante horas por la playa, paseando nuestras panzas a la espera del noveno mes. No hablábamos mucho. El viento a veces lo impedía, al igual que los pasos rápidos. Pero cada una sabía qué se escondía en los pensamientos que dejábamos ahí, cerca del susurro del mar y el olor a algas.
Todas esperábamos. La llegada. El momento. El regreso. Algunas con ansias. Otras con temor. Y ellas, las marineras, con paciencia. No podían saber si sus maridos llegarían. Si la pesca acabaría en el momento justo. Sin embargo, nada les impedía sentir la vida.
Cada vez que las recuerdo, las imagino fuertes, como leonas. Gigantes mujeres. Como amazonas designadas por un destino.

jueves, 23 de julio de 2009

Quedate con tus amigas

La ventana del cuarto de Eugenia estaba abierta. A pesar del frío, había decidido dejarla de par en par. Necesitaba un poco de aire fresco, luego de varios días de encierro con su cara pegada a la computadora.
A lo lejos se escuchaba el megáfono de un comprador ambulante de baterías, cobre, caños. Pero le pareció escuchar algo detrás. Algo difuso. Confuso. Hasta que el viento metió a través de las rejas la pelea.
Ella gritaba tartamudeando, cosas inentendibles. El golpeaba muebles o puertas o ventanas. En un primer momento, Eugenia sintió curiosidad. Luego pensó, simplemente, que no debía. Que no era su problema. Pero la intriga la hizo asomarse. No vio nada. Los gritos eran muy fuertes. Trató de adivinar desde dónde provenía el llanto. Pero no pudo.
Un golpe de algo contra el suelo la sobresaltó. Tal vez una silla. Algo de madera. Luego sonó a vidrios. Ya no le gustaba. Pensó en tomar el teléfono y avisar a alguien. Pero a quién. Sobre qué. A dónde. No había escuchado más que los gritos, el llanto y un "levantate carajo", que indicaba la voz de un hombre.
Segundos más tarde, la mujer decía: "quedate con tus amigas". El aire se llevó el sonido de una cachetada certera. Eugenia, cerró su ventana.

miércoles, 22 de julio de 2009

Qué más puedo pedir hoy...

Nunca pensé que en pocos días tendría tantos recuerdos impensados. Primero fue la planta de naranja lima de Maru, que me permitió volver a sentir el olor de esa fruta particular, que pocas veces se puede encontrar en Mendoza. Me devolvió el sabor y los recuerdos de dos años de infancia en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, donde nada era más placentero que cortar la fruta fresca del jardín y disfrutarla hasta el hartazgo.
La segunda sorpresa me atrapó desprevenida hoy por la mañana, cuando a las 8 abrí la ventana y vi todo cubierto de nieve. El manto blanco me hizo recuperar sensaciones escondidas. Me trajo la imagen de mis abuelos jugando conmigo. Me llevó a la foto en Puente del Inca con ponchos y gorros junto a mis primos, lanzándonos bolas gigantes. Mi hijo descubrió lo que él llama "el señor invierno". Qué más puedo pedir hoy. Nada.

martes, 21 de julio de 2009

La metamorfosis

Cuando iban al colegio secundario, una de ellas lucía fantástica. Más de una vez había sido elegida reina de la primavera. Y, sin esconderlo, se sentía y se rotulaba linda. Como sucede, generalmente, tenía sus seguidoras. Eran las “más”. Las más llamativas, las más destacadas (aunque no utilizaran sus capacidades y dotes para serlo), las más buscadas.
Del otro lado, las menos. Las nunca escuchadas. Las siempre burladas. Las poco agraciadas.
Las primeras ahuyentaban a las segundas como moscas. Y las segundas juntaban coraje y, una que otra vez, resentimiento. Pero tenían algo que las otras no. Capacidad para desenvolverse, aptitudes, inquietudes y también sueños.
Así como se plantea la historia no está nada lejos de las novelas sustentadas en la división de lindas y feas o de divinas o populares o grasas, generadoras de picos de rating. Por supuesto, es una fórmula que no puede fallar, porque la trama es y ha sido, siempre, parte de la realidad.
En fin, volviendo al punto inicial. Esas chicas tan deseadas marcaron muchos sin sabores para aquellas que –según ellas- no merecían un espacio en su grupo. Hasta que un año, a pocos días de la primavera, la menos esperada comenzó a obtener votos para convertirse en la reina del curso. Algo estaba cambiando. Alguien comenzaba a asomar la cabeza, y no era precisamente ninguna del grupo de elite. ¿Qué estaba sucediendo? Algo simple. Estaban creciendo. En todo sentido. Física y psicológicamente. Estaban teniendo su revancha. La primera. Después vendrían otras.
Pasada la adolescencia, nadie meditaría sobre hechos puntuales. Pero sí recordarían las diferencias. Y fue así que veinte o más años después, podía verse, todas las mañanas, a una señora desaliñada, entrada en canas, con quién sabe qué peso sobre sus hombros, además de unos kilitos de más, barriendo una vereda. La vereda de enfrente. El tiempo se había apoderado de su belleza y la había colocado del lado opuesto. Lo que nunca se supo fue si también había puesto junto a ella la capacidad para sobrevivir en el mundo de las feas.

lunes, 20 de julio de 2009

A mis amigas

Muchas veces las disfruto. Otras las extraño.
Algunas están lejos, pero nunca dejaron de estar cerca.
Otras ya no están. Pero viven en el recuerdo.
Me permití abandonar algunas y obtener otras.
Cada una sabe qué importante ha sido, es y será.
Y también sabe que no necesitamos tarjetas, ni mensajes, ni regalos.
Saben qué significa de verdad la amistad.
Para cada una de ustedes, estén donde estén, en Mendoza, Buenos Aires, Chubut, España, Italia, Estados Unidos, Chile, Brasil, o el espacio exterior, desde aquí va un "gracias".

Una canción para celebrar. Feliz día

AMIGOS
No importa el lugar, el sol es siempre igual
no importa si es recuerdo o es algo que vendrá.
No importa cuánto hay en tus bolsillos hoy,
sin nada hemos venido y nos iremos igual.
Pero siempre estarán en mi,
esos buenos momentos que pasamos sin saber.
No importa dónde estás si vienes o si vas,
la vida es un camino un camino para andar.
Si hay algo que esconder o hay algo que decir
siempre será un amigo el primero en saber,
porque siempre estarán en mi
esos buenos momentos que pasamos sin saber
que un amigo es una luz brillando en la oscuridad
siempre serás mi amigo, no importa nada más.
Porque siempre estarán en mi
esos buenos momentos que pasamos sin saber
que un amigo es una luz brillando en la oscuridad
siempre serás mi amigo no importa nada más...

(Enanitos Verdes)

viernes, 17 de julio de 2009

La soledad abandonada

“No tengo suerte. Siempre me pasa lo mismo. Estoy cansada de que desaparezcan”. Soledad repetía estas frases cada vez que decía la habían abandonado. Hasta pensaba que su nombre tenía algo que ver con su destino.
Así cada vez que rompía una relación tenía dos formas de reaccionar. Una de ellas era transformarse en la víctima indiscutida de la situación. Y otra, salir en busca de aires nuevos.
Pero en ambas, volvía a enroscarse en el significado de su nombre. Y nuevamente se encontraba abandonada.
Ella no podía entender porqué la dejaban. Todo marchaba bien, hasta que los llamados se cortaban. Los encuentros se alejaban. Y las palabras no llegaban. Soledad se sentía tan sola que desesperaba. Y junto con esa sensación asfixiaba, acorralaba y disgustaba.
El día que decidió darse por vencida, cambió de idea. Hurgó en sus recuerdos, en sus sueños, en sus miedos. Y, justo allí, encontró la respuesta a su pregunta. Quería estar sola y a veces acompañada.

miércoles, 15 de julio de 2009

Pintando la vida

Aldana se había pasado la vida cuidando de la familia. De la que tenía en su propia casa y de la de afuera. Entre ollas y escobas había formado su mundo. Se levantaba con la misma oscuridad con la que se acostaba. Preparaba desayunos. Almuerzos. Cenas.
No había tiempo para siestas, pues su prima enferma desde hacía años la esperaba para una o dos horas de lectura. Su vista no le permitía deleitarse con relatos mágicos. Sólo Aldana podía ayudarla en eso y en muchas otras cosas.
Las tardes la encontraban exhausta. Dolorida por el paso de las horas y el cansancio que le regalaba la rutina. Pero nada era más reconfortante que esperarlo a él. Su marido la amaba, aunque no lo demostraba fácilmente.
El la incitaba a liberarse. Trataba de sumergirla en cosas diferentes. Pero debía hacerlo sola. El no tenía el tiempo para acompañarla. Sólo podía guiarla. Y fue así como la pintura la atrapó. Mimetizada con un lienzo y un pincel empezó a crear. Imaginó mundos inexistentes y los plasmó en la tela.
Fue tal su pasión que ya nadie pudo sacarla de la pequeña habitación. Todo se redujo a sus cuadros, pinceles y colores. Había vuelto a olvidar su vida.

El horno está para bollos

Justo ahora, que le había tomado el gusto a amasar, como lo hacía mi abuela y como lo hace mi madre, alguien apareció en casa con un horno para hacer pan, de esos eléctricos, en los que se meten todos los ingredientes y en un par de horas: listo.
Pero como ya dije alguna vez, no soy muy hábil con las máquinas. Abrí la caja por curiosidad. La primera mirada. Me pareció una computadora. La segunda, husmee hacia adentro, para ver qué me deparaba la tecnología. La tercera: es demasiado grande para mi mesada. Ocupará mucho lugar en la cocina. La cuarta mirada: el librito de recetas. Maravilloso. Ya lo instalé. Verifiqué tener todos los ingredientes y estoy lista para usarlo.
En resumen. Me dio todas las impresiones que quise que me diera. Pero me pudo el recetario. Eso no significa que vaya a usarlo. O sí.

martes, 14 de julio de 2009

Afición, superstición, ignorancia en carne propia

A algunas mujeres las cosas materiales las pierden. Incluso, tienen que hacer malabares para llegar a fin de mes, porque no pueden parar de adquirir lo que les gusta. Y, muchas veces, no se trata de ropa, como podrían creer muchos o muchas.
Daniela trabaja en una peluquería en el Sur. Su tarjeta personal dice estilista. Pero ella prefiere definirse peluquera.Un día, hablando de gustos y colores, del clima, de los hijos, de los cambios, comenzó a contarme por qué trabajaba cuando, en realidad, con el ingreso de su esposo podrían pasarla bien y ella tendría la posibilidad de pasar más tiempo con sus hijos. "Pero hay algo que me pierde. E invierto todo lo que gano en eso. Las antigüedades -dijo-, no puedo parar de buscarlas y de comprarlas, cuesten lo que cuesten, aunque se lleven mi sueldo. Incluso, pocas veces destino parte del dinero que gano en algo para mis hijos. Dejo que de eso se encargue el padre".
Mientras, me recortaba las puntas, la escuchaba. Realmente, Daniela era una perfecta coleccionista y yo jamás lo hubiera imaginado. Se me ocurrió decirle que sería lo último que haría con mis ingresos. Pero no porque me pareciera una frivolidad su afición, sino más bien porque no me gustaban, de lleno, las cosas antiguas, menos aún si no sabía a quién habían pertenecido, y qué las habría llevado a terminar en una compra venta en busca de algún cliente.
Le decía: ¿Y si detrás de ese objeto hay alguna historia oscura? Entonces, la debilidad de Daniela por algo, me ponía frente a mis propias debilidades: las supersticiones. Ella con su fanatismo, me ponía en mi propio punto oscuro. Ese que me hace temerle a las maldiciones gitanas, al pasar por debajo de una escalera, a tratar de no mirar a un gato negro.
Ella se enriquecía con objetos llenos de historia. Yo evitaba vivirla y prefería generar la mía a través de cosas nuevas. ¿Cosas raras de la mente? ¿Residuos de algo que escuchamos por ahí? No lo sé. Simplemente, descubrí parte de mi pensamiento chato y hasta ignorante. Ahí, en el sillón del salón. Ahí, en carne propia.

lunes, 13 de julio de 2009

La rubia que nunca estuvo, pero se dejó ver

Esta es simplemente una historia. Una más. Sin sentido. O con. Recolectada entre otras tantas.
La mujer esperaba la llegada de un amigo en la entrada de un edificio. Las ramas de los árboles tapaban las farolas de la calle. Se hacía tarde. El tránsito estaba pesado.
Al fin llegó. Una rubia lo acompañaba. De cabello lacio. Impecable. De dientes perfectos. La miró fijo y le sonrió como diciendo "perdón por la demora, ya llegamos", a través de la ventanilla del viejo Ford.
Se quedó algo retraída. No la conocía. O tal vez sí y la había olvidado.
Su amigo bajó del coche y le dijo:
-Perdón. ¿Hace mucho que esperás?
-No, un rato. Nada más.
-¿Subís por las cosas?
-Bueno. ¿Pero vas a dejar a tu amiga en el auto?
-¿Qué amiga?
-La rubia que viene con vos.
Cuando giró la cabeza no había nadie. Ni dentro ni fuera del viejo auto. Pero, jamás, nunca, olvidó su cara. Menos aún su sonrisa y su cabello.

sábado, 11 de julio de 2009

No estamos locas..., sabemos lo que queremos...

Repasábamos con un par de amigas hechos que nos llevaban, en su momento, a pensar sólo dos cosas: que necesitábamos un descanso urgente o que nos estábamos poniendo seniles.
Y tratamos de enumerarlas. Cada una hizo su aporte, que aquí va en primera persona de varias personas:
1- Esa vez que tomé la pava con un repasador y olvidé apagar la hornalla. Sin darme cuenta, puse el trapo muy cerca del fuego y el resultado por suerte fue que alguien sintió el olor a quemado.
2- El día que me cansé de buscar la mochila de mi hijo por toda la guardería. Hasta que una de las seños me miró a los ojos y me dijo: “la tiene colgada en el hombro”.
3- Ayer preparé una ensalada de tomates con orégano. Le eché como siempre primero la sal, y cuando quise agregar el orégano equivoqué el frasco; sin mirar, rocié hasta el cansancio con sal gruesa.
4- El día que me fui al colegio en ojotas porque olvidé ponerme los zapatos. A las 7.30 de la matina!
5- Cuando metí el celular a la heladera. Sin palabras. No digan nada. Tuve que hacerlo sonar para encontrarlo obviamente.
6- Esa vez que fui al súper y después de guardar las bolsas en el baúl del auto cerré con fuerza y dejé las llaves adentro.
7- Para uno de tus cumpleaños, lo único que te tenía que llevar era el regalo y olvidé dártelo. Me di cuenta mucho después buscando algo en la cartera.
8- Cuando dejé la plancha puesta sobre un pantalón de vestir pensando que la había desenchufado al atender un llamado.
9- Cuando dejé llenando el balde en la pileta de la lavandería, pensando que me daba tiempo de ir en busca de otra cosa. Me di cuenta sólo cuando sentí el ruido del agua chorreando hacia la otra habitación. Patético.
10- El día que te dije que te pasaba a buscar para ir al cine y me fui sola y después te insulté de arriba abajo porque no llegabas a tiempo.
11- Etcétera, etcétera, etcétera...

viernes, 10 de julio de 2009

Detrás de un trasero

La foto de Barack Obama, presidente de los Estados Unidos, mirándole el trasero a una asistente del brasileño Lula Da Silva, Mayorga Tavares, de 17 años, durante la cumbre del G-8, está dando la vuelta al mundo.
Pero estoy convencida de que no alcanzarían las páginas de los diarios si tuvieran que reflejar cuántos hacen lo mismo. Sin dudas, es noticia porque se trata de un presidente.
Pero de qué nos asombramos, si esto sucede a cada segundo, en cada esquina, en cada mitad de cuadra, en cada cola de un súper, de un cine, en la parada del colectivo. Los tipos, con traje o sin traje, conduciendo autos o bicis, en grupos o solitarios, no pueden resistir la tentación de voltear cada vez que ven un culo.
Nunca hicieron la prueba de darse vuelta después de pasar cerca de un grupo de hombres a dos pasos de hacerlo. Es una fija, los muchachos estarán mirando debajo de tu cintura. Y si sos joven y llevás ropa ajustada más aún. Y si sos madre y vas con tus críos a cuesta, no importa. Y si sos vieja y estás buena, también. Tal vez se salve mi abuela.
A veces, los he visto mirar desesperadamente el traste de alguna chica y he esperado ver sus caras mientras los miro. La reacción es increíble. Generalmente agachan la cabeza para esquivar la mirada, pero inmediatamente giran el cuello como si imitaran a Linda Bleir en El exorcista en busca de aquel culo que parece escapárseles.
No se apenen muchachos, ahora tienen un líder. Obama, Obama...

Mi marido el albañil

Este es un relato que me envió Beatriz a través de los comentarios y me pidió compartirlo.
"Cuando empecé la universidad, decidida a estudiar arquitectura, todo me resultó muy difícil, porque no tenía los medios económicos para hacerlo. Sin embargo, con dos trabajos y poco tiempo para lo que la carrera demandaba, seguí adelante.
"Con el tiempo hice amigas. Y una tarde, comenzamos a hablar de nuestros novios. La mayoría de las chicas del grupo hacía alarde de sus conquistas y de sus pertenencias. Estaban de novias con futuros abogados, ingenieros y hasta buenos herederos. Yo estaba sola. Sentía que ellas eran distintas. O mejor dicho yo era diferente a ellas. No usábamos la misma ropa, ni vivíamos en barrios similares.
"Me puse de novia un día y al mencionarlo me atormentaron a preguntas. Cómo sentí que sería juzgada de alguna u otra manera, anuncié que él se dedicaba a la construcción, sin dar demasiados detalles. Pero a medida que mi noviazgo avanzaba y el tiempo pasaba, ya no podía ocultar más su oficio. Era albañil.
"Había un casamiento en puerta, y mis compañeras consideraban que él era poca cosa para mí. Obviamente, enamorada, me casé. Nos recibimos y cada una siguió su vida. Hasta que llegó el tiempo del reencuentro.
"En esas típicas reuniones de ex alumnos, yo llegué con unos cuantos kilos de más y la noticia de que tenía tres hermosos niños, todos con el mismo marido, el albañil, que ahora ya había subido algunos peldaños y cambiado de jerarquía.
"No sé si las sorprendí, pero sí me sentí distinta cuando escuché que el 30 por ciento de ellas estaba sola. Algunas por divorcios, otras porque esos futuros que veían en sus buenos candidatos se habían diluido. Y una vez más yo era diferente a ellas. Pero nunca había dudado de lo que quería".

jueves, 9 de julio de 2009

Con el niño en casa II

Una profesional de la salud, relacionada a la niñez y adolescencia, me comentaba que últimamente todo el mundo pregunta que hacer con los niños en vacaciones. Más aún cuando son un poco forzadas y cuando la recomendación es quedarse en casa para hacerle frente a una pandemia.
En verdad, la mayoría de las mamás debemos haber pensado en ello. Entonces, cuando llegué a casa y me reencontré con la montaña de masa con la que habíamos estado jugando con mi hijo sobre la mesa, tomé conciencia de que no me había sumado a la pregunta de qué puedo hacer con mi hijo ahora. Más bien había actuado. Ni siquiera me había propuesto buscar un consejo. Simplemente fuimos a la acción.
Y si bien algunas cosas no resultan, otras han sido maravillosas. Con los juguetes desparramados por toda la casa, la ropa por tender y los platos por lavar, el niño me perseguía con un "mami quieres jugar conmigo". En lugar de decir que no, como tantas veces en las que estoy ocupada, se me ocurrió un mejor plan. Jugar a la misión especial.
Seguramente podrían tildarme de aprovechadora, pero que bien que me vino. Entonces el agente especial hijo y la agente especial mamá y la agente especial mascota tendrían misiones que cumplir. No es muy difícil de adivinar cuáles serían éstas.
Entonces hablando como dobles de televisión en menos de media hora todo estaba organizado y listo. Mujeres, es increíble. Casa ordenada. Niño limpio y alimentado. Mascota cansada. Misión cumplida. Inténtenlo. Si se animan y sale bien es un juego maravilloso (aunque engañoso obviamente) digno de repetir. Un camino hacia la infancia y la tranquilidad.

miércoles, 8 de julio de 2009

Débiles ante la soledad

¿Por qué una chica soporta lo insoportable cuando puede tener algo mejor? He escuchado muchas historias de mujeres últimamente. El escribir sobre mí y mis pares me ha hecho prestar más atención. Y leer sobre el caso de una adolescente de 17 años que escapa de su casa en busca de un mundo mejor me dio escalofríos. El hombre promete amor. Ella encuentra, siguiendo una ilusión, una pesadilla o desgracia.
Sentirse sola no es nada agradable. Y en algún momento de la vida todas pasamos por eso. Algunas hacemos algo rápidamente para ocuparnos, aunque cometamos errores. Salimos adelante. Otras no tienen la misma suerte.
Hoy escuché sobre chicas que creen en promesas y caen en redes maquiavélicas. Creen en un amor que apareció en un chat, en un señor mayor que les ofrece transformarlas en reinas. Esperan al príncipe azul. Abandonan todo y salen en su búsqueda. Pero sólo encuentran desesperación, maltrato, golpes y prostitución.
Esta es una historia de siempre. Pero sacude cuando notás que puede estar a la vuelta de la esquina. Cuando escuchás la angustia de una madre que trata de seguir los pasos del calvario por el que pasa su hija.
Y me pregunto, otra vez, que busca una chica de 17 años cuando se siente sola. Qué la llevó a pensar en que ese que le arrancará su vida será su protector. Qué pasa en sus casas. Cuáles son sus pensamientos. Por qué los silencios. Seguramente alguien tiene las respuestas. Yo sólo tengo una imagen dolorosa de alguien que no encuentra solución. Y con ella el deseo de que cada caso se resuelva.

La vida a los 40

Visitando algunos blog descubro que cuando llegamos a los 40, las mujeres pensamos en otras cosas. Algunas hablan de crisis, otras de disfrutar la vida. Todas buscamos respuestas a preguntas que antes no nos habíamos planteado.
Da la sensación de que por fin aprendemos de los errores y queremos transformar las frustraciones y desengaños. Es como si quisiéramos devorarnos cada momento. Y pasar los malos para llegar a los buenos.
Me resulta grato sorprenderme con relatos sencillos o complicados que apuntan hacia un mismo lugar. Buscamos armonía, tranquilidad, equilibrio y en medio de una maraña de actividades y problemas vamos encontrando parte de todas esas cosas. Vivimos cada momento como se presenta. Y luego, podemos resistirnos a analizarlos o no. Pero es como si todo lo fuéramos incorporando con cuidado. Con otro estilo. Con otra mirada.
Cuando era chica pensaba que una mujer de 40 era vieja. Cuando llegué a los 20 no tenía idea qué sería de mí a los 30. Cuando los cumplí, no podía focalizar ni pensar qué pasaría conmigo a los 40. Hoy siento que al tenerlos he comenzado a vivir, con todo lo que ello implica. Sin duda, es una etapa donde todo comienza otra vez y las cosas se ven de otra manera. Y hoy he descubierto que no soy la única.

¿Las madres añosas somos más miedosas?

Es la pregunta que nos hemos hecho varias cuarentonas con niños pequeños. Somos las que pensamos cada vez más como nuestras madres y utilizamos, casi sin pensarlo, los refranes que hemos escuchado cientos o miles de veces. Más vale prevenir que curar. Para muestra sobra un botón. No hay mal que por bien no venga. Más vale pájaro en mano que cien volando. Y con ellos vamos enfrentando las distintas situaciones que la vida nos propone.
Alguien me decía que vivir con miedo es como estar muerto. Pero, a veces creo, que el miedo en una medida justa nos puede llevar a ser precavidas. Sin embargo, cuánto de razón tendremos y cuánto de ella nos llevará a sentirnos raras.
Mientras decidimos no enviar a la guardería a nuestros hijos por prevención, para evitar convertirnos en víctimas de la gripe A, dueña de la mayoría de los programas de televisión, medios gráficos y radiales, a la vez, sentimos culpa de ser tan protectoras.
Y mientras otras mujeres van con sus hijos al súper, a las plazas y al parque, nosotras nos ponemos más inquietas que los chicos para mantenerlos entretenidos. Y mientras los perseguimos con el jabón para lavarles las manos, otras nos compadecen tratándonos de paranoicas. Y cuando así nos sentimos, tratamos de bajar un cambio, porque nos damos cuenta de que si la gripe no nos mata lo hará la taquicardia. Esa que nos produce el pensar que no podemos con todo, pero lo intentamos. Esa que nos genera cada comentario negativo.
Y buscamos salidas. Buscamos escaparnos un rato de la perfección. Y es ahí cuando aparece lo que te sube las defensas. La risa. El juego. La esperanza; esa que nos quitaron los que nos tienen que cuidar.

martes, 7 de julio de 2009

Estás divina...

Dos mujeres que habían sido compañeras del secundario se encontraron en un centro comercial. Una iba al supermercado. La otra, en busca de indumentaria.
-Nena, qué hacés, tantos años... ¡Estás igual!
-Y la verdad es que no innovo mucho, siempre el mismo estilo.
-¡Pero ni una cana, nena!
-Eso es genético
-¿A mí no me ves nada raro?
-Estás divina...
-No, no mirame bien...
-¿Te planchaste el pelo?
-Me planché el pelo y agregué algo con extensiones y me puse lentes de contacto verdes...
-Ah, algo distinto te veía, pero como hace tiempo que no nos cruzábamos...
-Vos también estás divina che
-Sí, pero últimamente no he tenido tiempo de ocuparme demasiado en detalles estéticos
-Pero estamos bárbaras nena...
-La verdad es que estás divina. ¿Seguís con tus dietas tan estrictas?
-No nena eso era antes, ahora me hice lipoaspiración en la panza y un poco en las rodillas; me puse un toque de hilos de oro en los pómulos y para levantar los párpados...
-Guau, si no me lo decís no me doy cuenta.
-Y me hice las lolas, viste, te diste cuenta, me quedaron super
-Sí re naturales...¿Y seguís yendo al gimnasio?
-No, ni en pedo, me enchufo toda en el instituto de una amiga y que los electrodos hagan lo suyo.
-Ah mirá que bien. Bueno, te voy dejando porque se me pasa el colectivo.
-Listo, nena, un gusto verte, te acercaría pero vi unas botas de Ricky que necesito urgente y tengo turno para esculpirme las uñas.
-Ok.
-Te llamo
-Cuando quieras.

sábado, 4 de julio de 2009

Perdiendo el control

Por qué soy tan inútil cuando de tecnología se trata. Acabo de notar que a medida que sumo años, más torpe me pongo. Recién quise agregarme al blog de una de mis seguidoras. Es algo mecánico. A prueba de tontos. Así ingresé una y otra vez a la página de Luz. Pero algo tan sencillo pudo conmigo. Ella había escrito sobre los recuerdos y me llevó hacia atrás en el tiempo.
Aparecieron una y otra vez las torpezas a las que me invitan las máquinas. Si alguien me dijera el chiste machista que afirma que para que una mujer se sienta libre hay que estirarle el cable de la plancha, no podría decir nada. Me viene como anillo al dedo, porque debe ser uno de los únicos artefactos que no me genera problemas. Le siguen la batidora y la procesadora, a la que le doy poco uso porque me molesta limpiar luego.
Si tengo que hacer algo con la video, me sale mal. Si pongo la tostadora no funciona. El microhondas es sólo para calentar. Y la compu... otro tema. Me lleva a mundos impensados, pero muchas veces termino furiosa conmigo misma por ser tan inútil. Quizás no he nacido para ser amiga de las máquinas. Sin embargo, no me doy por vencida ni aún vencida. ¿Habrá alguien más que se sienta igual? ¿Serán cosas de mujeres?

viernes, 3 de julio de 2009

El voto y las botas

El domingo 28 de junio tenía que ir a la Junta Electoral a justificar mi ausencia en el cuarto oscuro por no tener el cambio de domicilio. Entonces, le expliqué a mi hijo que iríamos al Correo Central, tomaríamos un ascensor hasta el cuarto piso, para que mamá mostrara el documento y se lo sellaran. Nunca estoy segura de que entienda todo. Pero siempre me esfuerzo por explicarle las cosas de la mejor manera posible.
-Hijo hoy hay que votar, para elegir a las personas que gobiernan. Entonces la gente va a las escuelas con su documento y entra a una salita, mete una boleta en un sobre que después se pone en una caja. ¿Entendés?
-Sí
-Pero como mamá no tiene bien el documento, hay que ir por el tema del voto al Correo.
Cuando llegamos, un señor nos paró en la entrada y dijo: "mire en realidad debería ir a la Policía, pero para que no ande con el nene a cuestas, yo le hago la constancia y vuelve dentro de unos días a terminar el trámite.
El señor se dirigió al nene y le dijo:
-Listo enano, ya te podés ir a casita.
-Noooooooo, tenemos que subir por el ascensor.
-No, hoy no. Ya te podés ir.
-Nooooooooo, mi mamá tiene que subir.
-Van a subir otro día...
-¡Noooooooo, tiene que ir ahora, porque tiene que comprarse una botas!

Con el niño en casa

Había decidido pasar el día de la mejor manera posible con mi hijo, que es muy pequeño para entender porqué sus padres volvían a modificar sus hábitos. Y más aún para comprender que lo hacían porque un virus se propaga.
Pensando que la estadía en casa recién comienza, dejé que él manifestara sus deseos. Cerca del mediodía, tenía colchones, colchonetas y mantas oficiando de fuerte de indios en el living. Una hora más tarde, una pista de autos imaginaria controlaba mi cocina. La perra pisaba una camionetita y robaba la moto con sidecar. El niño gritaba y la correteaba alrededor de la mesa. El control se descontrolaba.
El cable canal no funcionaba. Alguien apretó el botón que no debía y yo, enemiga de la tecnología, tardé más de cuarenta minutos en recobrar la imagen. Pero, como dije, me había propuesto pasar el día de la mejor manera posible.
De pronto, la alergia que el jabón espadol provocó en mi mano derecha comenzó a notarse. Ardor. Molestia. Cambio de ánimo. El niño volvía a llorar, pero esta vez porque en vez de croquetas de acelga quería milanesas. Y ahí me convertí en la típica madre: “¡Comés lo que hay o no comés nada!”. Parecía que mi objetivo se frustraría.
Decidí refugiarme en otra habitación. En algún momento dejaría de gritar. Y así fue. Como si el niño sospechara que algo cambiaría, fue a buscarme con el plato vacío y un “mami me lo comí todo”. Entonces era hora de seguir adelante.
El día soleado me ayudaba a no tener que pensar mucho en entretenimiento. Pues nos vamos al patio dije. Opté por relajarme mientras veía como la pelota caía sobre mis plantas de pensamientos recién puestas en la maceta alargada. Cómo los pozos en la tierra sin pasto comenzaba a llenarse de agua. Y cómo la perra se sumaba con sus patas a hacerlos aún más profundos. Pero no desistiría.
En ese momento, sonó el portero. Corrí a atender pensando que algún tío me ayudaría con los juegos. Sin embargo, dos tipos me insultaban por placer desde la entrada. Y la mano me picaba.
Mientras el niño rompía un adorno sin querer queriendo, la mascota embarrada hasta los dientes saltaba contra la pared tratando de agarrar quien sabe qué. Basta. Baño para el hijo y una siesta tardía. Y cuando tenía un rato para ver algo de tele o hacer nada, cambié de idea. Tenía que aprovechar para ducharme. Justo cuando cierro la canilla el portero vuelve a sonar con insistencia. Salgo con la toalla en la cabeza y ya no hay nadie. Meto ropa al lavarropas y lo enciendo. El niño se despierta. Se enoja porque su papá tiene que demorarse un rato más. Entonces, grita “mami encontré la pelota, hay que jugar. Atrápala”. Y la alergia se suma a los ojos. Y aún falta la cena.
Me siento cansada. Sentada en una silla junto a la mesa, apoyo la cabeza entre mis brazos. Mi hijo me hace una caricia en el pelo y me dice “no te preocupes mami, yo te ayudaré. Tranquila”. Nada fue más satisfactorio. Superamos el primer día.

El fútbol, pasión inentendible

La gripe A trajo el temor, la desidia, la desesperación. Mucho. Las madres nos preocupamos por los hijos, los maridos, los padres, los hermanos, las cuñadas. La parentela completa. En Buenos Aires, Carolina diluye lavandina en agua, mientras escucha en un canal de noticias: "hubo largas colas para la venta de entradas para ver al...". Gira su cabeza y ve a un grupo de hombres desenfrenados, gritando por el equipo de sus sueños. Los piensa inadaptados. Irresponsables. Descolgados, aunque colgados de una valla. No lo entiende.
Su esposo abre la puerta de casa. Arroja sus cosas sobre un sofá y comienza a hurgar entre sus bolsillos. Revisa la billetera. Encuentra. Allí estaba la entrada. La besa y mira hacia arriba con un gesto de pedido de ayuda al más allá. La popular lo espera. Carolina, no puede hacer nada.

miércoles, 1 de julio de 2009

Mucha pena

Cambia, todo cambia. Volví a mi provincia por distintos motivos. Pero uno de ellos era que extrañaba ciertas cosas. Terrible fue, después de casi cuatro años de ausencia, encontrarla tan distinta.
Gobernantes “abúlicos, sordos, necios”, que anteponen intereses de pocos y dañan a muchos. Un sistema de salud decaído y hasta decadente. Un ámbito escolar que no puede contener y desespera. Más miseria. Más peligro. Más inseguridad. Más caos vehicular.
Funcionarios de salud viajando por el mundo, cuando la gente no tiene idea cómo afrontar la Gripe A. Mientras, hay cucarachas en las salas de los hospitales. Ni siquiera las acequias son las de antes. Mugre. Agua estancada, esperando focos de infección y propagación de pestes.
Que tristeza tan grande. Mendoza ya no es la de antes.