miércoles, 29 de abril de 2009

Uy me equivoqué…

A mi entender, si llegamos al punto en que podemos reírnos de nosotras mismas y, además, podemos compartirlo con las demás, estamos por buen camino. Y si de equivocaciones se trata….
-Era mi primer día de trabajo en un medio gráfico. Aún se usaban las máquinas Rémington para escribir. Alguien me tocó el hombro y me dijo: vamos nena rápido, vaya a la plaza tanto y cubra el acto de... (ya ni me acuerdo). ¡Necesitamos la nota ya! Afuera la está esperando un chofer en un auto gris.
Estaba tan nerviosa por llevar adelante mi primera misión, que bajé las escaleras corriendo, salí a la calle, abrí la puerta del auto gris y me subí. Le dije al conductor:
-Hola, dale apurate que no tenemos mucho tiempo.
-¿Y a dónde vamos?
- A la plaza tanto
-Yo te llevo a donde quieras, pero esperá un segundo que termine el reparto de tortitas que tengo en la bolsa allá atrás

Chica práctica

En una mesa de examen de Geografía Argentina y Regional, en una casa de estudios de la Universidad Nacional de Cuyo, el docente trataba de que la alumna respondiera algún dato preciso sobre las zonas petroleras de nuestro país. Iba haciendo una pregunta tras otra y ella no llegaba a decir lo correcto. La charla derivó por distintos puntos, hasta que se hizo casi absurda. Ya cansados de escuchar lo que no querían, empezaron a pedirle cosas más sencillas sobre uno y otro tema. Lo mejor del examen fue la respuesta a la siguiente pregunta.:
-¿Señorita, puede decirme de dónde sale la nafta?
-Claro, de la estación de servicio.
Esta sí que resultó ser una chica práctica.

martes, 28 de abril de 2009

La mujer de los pies descalzos

Tenía 8 años cuando vi a la mujer de los pies descalzos. Fue en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Era una colla, de faldas anchas y coloridas. De pelo negro, lacio, que peinaba con una cola y raya al medio. Usaba una manta tejida sobre sus hombros, verde oscura, que no dejaba ver lo que ocultaba. Era distinta. Hablaba rápido y cerrado. Su piel era rústica y oscura.
Siempre estaba sentada en la puerta de un edificio. Trabajaba. Vendía naranjas que transportaba en una canasta sobre su cabeza. Cuando los niños salían de la escuela, ella los esperaba para ofrecerle las naranjas peladas.
Nosotros le compramos algunas. Pero antes, boquiabiertos, mirábamos con qué velocidad las pelaba, sin dejar que la cáscara se cortara en todo el recorrido que el cuchillo daba en forma circular. Lo hacía a una velocidad impensada. Le abría una tapita en uno de sus extremos y nos las daba. Todo con sus pies descalzos.

Qué ves, qué ves cuando me ves...

Marisol, tenía problemas de peso. Algunos kilitos de más. No muchos. Pero el día que subió a la calesita con su hijita, el tipo que la hacía funcionar le dijo: “¡Señora, bájese. No ve que la va a romper! Ella lo contaba con tanta naturalidad. Era admirable. Cuántas veces una no es capaz de aceptarse tal cual es. Cientos. Miles.
Siempre fui muy delgada. Y lidié con sensaciones encontradas. Tal vez algo similar a lo que sienten las chicas obesas. Mientras algunas mujeres decían, sin reparo, envidiar mi aspecto, ya que podía comer –y aún puedo, siempre que el colesterol me lo permita- lo que se me antojara. Otras se esmeraban en ponerme a cada rato frente a un espejo imaginario que me hacía sentir incómoda. “Que flaca que estás”. “Mirá esos bracitos”. “Estás enferma”. No había forma de hacerles entender –o quizás no querían- que mi delgadez era genética. Que no podía ser de otra forma. Que todos mis glóbulos estaban perfectos y que la sangre corría por mis venas.
Nunca voy a olvidar cuando un jefe, de esos que se creen cancheros porque se juntan con los más jóvenes, echó a correr el chisme de que yo era anoréxica. Estuvieron mirándome con cara rara como dos semanas. Como si la delgadez se contagiara. Como si la diferencia que yo reflejaba no los dejara dormir. Y si hubiera estado enferma, ¿qué? iban ellos/as a curarme.
En verdad, no estaba enferma. Era flaca. Sólo eso. ¡Ellos/as me enfermaban!.
Como cuando no quería ir más a la escuela, porque ese compañerito de la primaria, Sergio, me regaló un palillo con una bolita de plastilina oficiando de cabeza y un triángulo de papel glasé simulando una pollera, en el juego del amigo invisible. Cómo dolió eso. Más que lo de la anorexia inventada.
O como cuando lloré de bronca, porque Feli me dijo delante de todos mis compañeros “arco iris, porque no tiene …(perdón no puedo ser tan grosera)” .
Pero, el tiempo curó las heridas. Todo cambió. Crecimos. Al menos yo lo hice. Lo que muestra el espejo es lo que soy por fuera. Sigo siendo flaca.
Y como dice la señora Mirtha Legrand: no soy rencorosa, pero sí memoriosa.

lunes, 27 de abril de 2009

La cita, la vergüenza y el ginecólogo


Sus amigas la habían convencido de que tuviera una cita a ciegas. Le iban a presentar a un hombre buen mozo y profesional. Ella no estaba muy convencida y además ese iba a ser un día de mucho trabajo, idas y venidas y, encima, tenía turno para hacerse el papanicolaou.
Tanto le insistieron que aceptó. Organizó sus tareas lo mejor que pudo y partió para el consultorio ginecológico, con mucha tensión, ya que no le resultaba nada agradable realizarse ese estudio. Pero sabía que tenía que hacerlo. Era demasiado pudorosa y el sólo hecho de tener que estar en bata y esperando la práctica de su doctor le ponía los pelos de punta. Pero pasó. Ya era tiempo de irse a preparar para la salida.
Cuando llegó a su casa, llamó a su hermana y le comentó: "No sabés lo mal que me pongo cuando tengo que hacerme el papanicolaou. Me queda una sensación horrible. No puedo superar la vergüenza. Esas cosas que le pasan a una. ¿Viste?. Colgó, se dio una ducha. Y comenzó a arreglarse.
Había quedado en encontrarse con sus amigas y su cita a ciegas en un pub cercano. Ella llegó antes que el caballero misterioso. Diez minutos después, su ginecólogo estaba sentado a su lado, haciéndole las preguntas típicas de una primera cita.

El papelón de Ceci

Esta historia me la envió Cecilia. Y dice: "El viernes pasado, me levanté con ganas de sentirme irresistible. Busqué mi falda negra ajustada. Mi camisa blanca con líneas negras entallada y los más delicados tacos aguja que se puedan imaginar. Me maquillé como una estrella de Hollywood. Al menos eso yo sentía. Salí a la calle en busca de un taxi sintiendo que al caminar dejaba una estela de sensualidad. Muchas personas iban y venían por la vereda de una calle céntrica. Sentí que todos me miraban, hombres y mujeres. Vi cómo mi esfuerzo de producción rendía sus frutos. Lo que no vi fue el pozo de un metro de profundidad con un montículo de tierra al costado. Me pegué el peor porrazo de mi vida. Y desde ese momento, todos me miraron. Sí me miraron, la tierra en los zapatos, los agujeros en las medias de nylon y los raspones en las rodillas".

Mujeres al volante

Muy bien para la conductora del trolebus! No es la primera vez que me cuentan que una de las choferes de la línea de troles de nuestra ciudad hace respetar los derechos de los pasajeros. Hoy, en la línea Godoy Cruz-Las Heras, la mujer se impuso: "Señores y señoras, si no le dan el asiento a la mamá con su bebé no sigo el viaje". Como nadie se paró rápidamente, detuvo la marcha.
Y como en estos tiempos, nadie quiere esperar ni por un vuelto, un joven soñoliento tomó impulso y asunto arreglado. No sabemos cómo se llama la mujer detrás del volante. Pero desde aquí le damos la aplaudimos y le damos las gracias.

- ¡Muy mal para la señora de la Eco Sport roja! Roja debería haberle quedado la cara si hubiera escuchado la cantidad de insultos de los peatones. Dicen que la muy fresca, dobló desde San Martín hacia Brasil, con la música al máximo, con la mano izquierda en el volante, el celular entre la oreja y el hombro y con un alfajor en la mano derecha! ¡Por favor! Chicas la próxima vez tomen el número de la patente!

domingo, 26 de abril de 2009

Mujeres al teléfono

Esta me pasó a mí y cada vez que me acuerdo no puedo parar de disfrutarla. Conocía a todas las empleadas de la empresa donde trabajaba mi pareja, porque yo había sido miembro del staff durante seis meses. Una tarde llamé por teléfono y me atendió una de ellas; y pedí por él, quien era su jefe.
Cuando la susodicha me preguntó quién le habla, dije mi nombre de pila. La muy despistada me confundió con otra colega que quería pasarse de otra empresa a esa. El diálogo, en el que incluiré las palabras fulana y mengano para no herir susceptibilidades, fue más o menos así:
-Hola (no decía más que eso cada vez que atendía)
-Hola , estará fulano
-Sí, ¿quién le habla?
-Gabriela
-Eh qué hacés atorranta, así que te querés venir a trabajar con nosotros…
-¿Quién te dijo eso?
(hasta este momento yo no me había dado cuenta que ella estaba confundida)
-Y, viste que acá todo se sabe…Que bueno que vengas ché, lástima que a trabajar con este pelotudo, que se le ocurren cada cosas raras y encima quiere que cumplamos el horario y ya ni me puedo escapar a mi casa a tomar mate.
-Ah mirá vos…
-Encima acá te pagan mal y los pibes son unos nabos y una termina siendo la única que labura. Pero está bueno que te quieras venir acá.
-Fulana, habla Gabriela Moreno, me podés pasar.
¡Qué no hubiera dado por verle la cara!

El gimnasio, el teléfono, el marido, el novio amante

El marido de Marisa le había pedido que fuera a un gimnasio de mujeres. No soportaba la idea de que algún hombre mirara su cuerpo, siempre ajustado por calzas y musculosas escotadas que dejaban ver sus siliconas.
Marisa había accedido a su petición. Buscó un gym para chicas. Su esposo la dejaba en la puerta todos los lunes, miércoles y viernes, a las 8. Ella entraba, saludaba, se miraba en cuanto espejo encontrara y desaparecía hasta las 9.30.
No es necesario aclarar que Mari no se ejercitaba en el gimnasio. Y tenía una coartada que era increíble. Antes de bajarse de la camioneta de su cónyuge dejaba caer su celular debajo de los asientos. Entonces, ella siempre afirmaba, si trata de ubicarme va a decir "uy, se dejó el celu acá". Pero, por las dudas, siempre antes de salir, se arrimaba a alguna de las profes y en tono muy bajito, para que ninguna de las demás escucháramos, le decía dónde iba a estar.
Un día Marisa se separó. No, no vayan a creer que de su marido. Fue de su novio amante. Llegó a la clase y dijo "No lo aguanto más. Es un tarado. No me hace caso en nada. Además es muy pendejo".
Desde ese momento, a Mari ya no le hizo falta el gym y nosotras no la vimos más.

Susan Boyle

No voy a decir más de lo que se ha dicho de ella. Sin dudas, la suya ha sido la historia más mencionada por estos días. Ahora bien, la pregunta que me hago es: ¿si esta mujer hubiera tenido el cuerpo de Luly Salazar y cantara como Luly Salazar, se hubiera transformado en un fenómeno? ¿Su video hubiera sido el más visto en las páginas web? Más allá de las respuestas que encontremos, Susan se dio el gusto, dejó con la boca abierta a la hipocresía y disfruta el momento como si se tratara de un cuento de hadas.
La aplauden porque canta bien. O la aplauden porque es alguien poco llamativa, con problemas de expresión por una falta de oxígeno al nacer, soltera, virgen, que confesó que a los 47 años nadie la ha besado. En el circo de la vida todo puede pasar.

sábado, 25 de abril de 2009

Detrás del glamour

Tenía una amiga modelo. Ya no. La perdí en algún lugar del transcurso de la vida. Y la verdad es que no he tenido ganas de buscarla.
Pero sí recuerdo algunas cosas vividas. Era linda a más no poder. Si hasta yo lo decía. Y eso que las mujeres siempre, o casi, voluntaria o involuntariamente, estamos buscando la paja en el ojo ajeno. Ella sí que tenía historias en su haber. Y en su debe también.
Por ese entonces, pensábamos que no había nada más glamoroso que el mundo de las modelos. Pero ella sentía que, a veces, caminaba por la cornisa del infierno femenino más que por una pasarela.
Teníamos cerca de 20 años. Y ella un sin fin de anécdotas. Acá van algunas, que nos muestran tan reales como las chicas de telenovelas.
- Una vez tenía que pasar ropa de invierno. Creo que el equipo sumaba un pantalón chupín marrón, un chaleco tipo pesca y casaca. Todo al tono y todo como para parecer un boy scout en plena ciudad. El tema fueron las botas. De caña alta. Taco mediano y grueso. Cuando se las fue a poner, descubrió que alguien había puesto en su interior el contenido completo de un envase de yogurt. ¡Que asco! Se le pegaba en las medias de nylon. Se sacó las medias. Se le pegaba en los pies. Y ya no había tiempo de cambiarlas. Hizo dos pasadas ida y vuelta con la sensación de ser una propaganda de Activia.
- En otra oportunidad. Tenía que usar un peinado que sostenía su pelo largo con una hebilla brillante. Era el turno de los vestidos de noche. Una colega pisó su traba con un taco aguja y no tuvo más remedio que usar colines. ¡Sí colines horribles, de esos de toalla, color amarillo! La producción no pudo hacer nada. Era tarde para comprar más accesorios.
-Body painting. Era la temática del desfile. Las chicas salían a medio vestir con sus cuerpos pintados. Con algunos atuendos haciendo juego. Como ella era muy tímida, consiguió que la pintura fuera hecha en sus extremidades y pasaría minifaldas y remeras. Pero parece que eso a alguien le molestó. ¿Por qué iba a tener ella otros privilegios?. ¿Sólo por ser atractiva? Alguna no tuvo la mejor idea que agarrar un aerosol y pintar en la parte trasera de su pollera un redondel de tiro al blanco. Y bue…tuvo que salir así. Algún painting había que llevar.
- Y la última. Le habían dado un jean para mostrar ropa informal. Ella era delgada. Pero tenía buenas caderas. Sus colegas se lo cambiaron por dos talles menos. Tuvo que salir con el pantalón desabrochado.
No me digan que esto no es típico de mujeres.

Amor....hoy cocino yo

Yo no estuve presente, como muchos otros que se encargaron de repetir la historia. Pero sí doy fe de que sucedió y de que es algo que nos puede pasar. Al poco tiempo de haberse casado, la esposa decide preparar una comida especial. Elige pollo al horno. Todo iba bien, hasta que, según comentan, empezó a sentirse un olor particular. Fue cada vez más intenso. Y más. Algo sucedía con esa comida. Despedía un aroma que haría que los tórtolos no olvidaran su etapa mielera.
La mujer había sacado el pollo de su envoltorio y lo había metido al horno. Así, como viene. ¡Nunca se percató de que en su interior estaba la bolsa plástica con los menudos!

La historia sirvió para algo:
1- Para demostrar que el amor no entra por el estómago.
2- Para que otras sepan que el pollo suele traer bolsitas con sus vísceras en su interior.
3- Y para que muchos amigos cabrones del marido se mataran de risa...(bueno, algunas de nosotras también nos reímos, un poquito, debo admitirlo)

La duda

Una de mis mejores amigas me contó una vez, que otra de sus amigas, al poco tiempo de haberse casado, le ofreció un té a su marido. Puso el agua a hervir y cuando estuvo lista, se encontró con una duda. Entonces la llamó por teléfono.
-Ché, te llamo para preguntarte algo que no sé cómo es
-Sí, que pasó
-Mirá le dije a Claudio que si quería que le preparara un té y me lo aceptó.
-¿Y?
-Es que ahora que tengo que hacerlo, tengo una duda
-¿Cuál?
-¿Qué tengo que poner primero, el saquito de té o el agua?

viernes, 24 de abril de 2009

Cosas que algunas mujeres no entienden de otras

1. ¿Por qué se molestan en escribir mensajes en los baños públicos para algún hombre si es casi imposible que los lean?
2. ¿Por qué escriben mensajes en las puertas de los baños públicos cuando viajan insultando a sus enemigas si también es mínima la posibilidad de que los lean?
3. ¿Por qué se empeñan en criticar al marido si después se acuestan con él?
4. ¿Por qué se sacan dos años cada vez que les preguntan la edad?
5. ¿Por qué no quieren decir la edad cuando tienen veintitantos....?
6. ¿Por qué no te quieren decir cómo hacer una comida que les sale bien?
7. ¿Por qué te dicen que algo te queda bien cuando te queda horrible?
8. ¿Por qué te dan excusas en vez de decir no tengo ganas?
9. ¿Por qué te espían el botiquín del baño?
10.¿Por qué siempre la de enfrente es la chusma? ¿Cómo lo saben?

¿Cuántas veces nos ejercitamos por día?

  1. Cada vez que te agachas para alzar a tu hijo.
  2. Cada vez que metes y sacas ropa del lavarropas.
  3. Cada vez que vas al fondo de la alacena para sacar la cacerola que seguro está al final.
  4. Cada vez que ordenás el placard.
  5. Cada vez que levantás la ropa que quedó en el piso.
  6. Cada vez que levantás los juguetes que quedaron en el piso.
  7. Cada vez que sacás la basura.
  8. Cada vez que subis y bajás la escalera buscando lo que dejaste olvidado por hacer otra cosa.
  9. Cada vez que levantás los platos de la comida de tu mascota para alimentarla.
  10. Cada vez que tu hijo tira todos los almohadones al piso y los tenés que acomodar.
  11. Cada vez que tendés las camas.
  12. Cada vez, cada vez, cada vez deberíamos sentirnos más en forma en lugar de cansadas.

Una de psicólogas

Por qué la habré escuchado. Por qué no habré tenido el valor de denunciarla. Es una pregunta que me he hecho varias veces a lo largo de los años y luego de haber conocido, por diversos motivos, a varias profesionales de la salud mental.
Si hubiera seguido sus "insinuaciones" o "consejos" hoy estaría en un psiquíatrico. Bueno, nosotras ya sabemos que, a veces, somos de exagerar. Pero ésta se merecía un buen escarmiento, que nunca le dí.
Tal vez escribir esto me reconforte en algo. Ya no sé cuántos años han pasado, ni cuántas crisis he superado. Pero sí sé que caí en un consultorio de una licenciada en psicología, que luego de haberme atendido las sesiones que cubría la obra social, me indicó unos "cinco o 10 años de terapia" para organizar mi escala de valores. Varios cientos de pesos para ver si ponía en un primer puesto al trabajo, o a la familia, o a las amistades, o a mi reloj biológico.
Cegada por la necesidad de conocerme acepté, al menos, empezar por la punta del ovillo. Pero no sólo me fui enredando más, sino que en determinado momento llegó a mis oídos esta frase: (luego de que yo decidiera cortar la terapia por no tener onda con la terapeuta) si usted se va no va a poder trabajar, ni tener pareja, ni superarse en la vida. Y vaya que pude muchas cosas y sorteando serias dificultades.
Con el paso de los años, quise borrar ese sabor amargo y decidí, quién sabe por qué tema pendiente conmigo misma, buscar otra psicóloga. Otra vez a repetir la historia. Las primeras cesiones te las paga la obra social, después hacete cargo. Pero quise volver a intentarlo.
Fue así como pasé mañanas enteras hablando de mis dramas (hoy considerados absurdos). Hasta que un día, mi mejor amiga, viviendo por ese entonces un romance complicado, cayó furiosa sobre mí (en sentido figurado): Vos le contaste a tu psicóloga lo que me pasa a mí. Quién sos vos para hablar de mi vida!
La muy turra, mi terapeuta, hacía a su vez su propia terapia (quiero creer que fue en verdad así) y le contó lo que yo le decía a otra colega, que a su vez se percató que éramos compañeras de trabajo de su hija, y que creen, no tuvo mejor idea que contarle la historia. Cual ingenua arpía, un día abordó a mi amiga y le dijo: "che asi que vos tenés problemas con....., me contó mi mamá, porque es amiga de...., que atiende a....".
Nunca más volví a su consultorio. Mi amiga entendió porqué había hablado de ella, y por suerte, hace un par de años conocí a una verdadera profesional de la salud mental que sin meterse en mi vida me enseñó a verla desde cada punto de inicio, aunque no hubiera final.
Sin embargo, no voy a olvidar jamás los nombres de las poco serias señoras, porque en algún momento tendré la oportunidad de no recomendártelas. Es todo lo que se puede hacer sin más pruebas que mis palabras.

Vos te hacés la cabeza

Camino al colegio, dos amigas adolescentes mantenían una charla agitada. No por el tenor de la misma, sino por el paso acelerado.
- ¡Me miente. Me miente. No me deja de mentir!
--Pero vos tenés que hablar eso con él.
- Pero si ya lo hablé un montón de veces y siempre me dice lo mismo. Y yo sé que me miente.
--No, a mi me parece que vos te hacés la cabeza.
Iban tan rápido que sus palabras pasaron a mi lado como un soplo. Pero algunas de ellas se instalaron en mi inconsciente. Varias horas después pensé en una de las frases: "vos te hacés la cabeza". Comencé a preguntarme cuántas veces por día podía pasarnos lo mismo. Si sumáramos cuántas horas por semana y cuántas por mes, me agotaría en pensar cuántas al año.
En este caso decidí que es más sencillo decir que "hacerse la cabeza" es cosa de mujeres, antes de tomarme tanto trabajo.

Entró al probador

Siempre dije que si tuviera un negocio de ropa, las clientas me adorarían. No sé si vendería mucho, pero no podría engañarlas como ellas se dejan. Esta mañana presencié, una vez más en mi vida, como una chica entraba entusiasmada a probarse un pantalón. El probador, ese que te pone frente al espejo con toda tu humanidad. Ese que te desdibuja o dibuja la realidad según el ojo con que lo mirés.
Y allí estaba ella, con su jean de marca tiro bajo. Talle 36. No mejor 38. ¿Cómo te quedó Negri? Preguntó la vendedora, mientras el entusiasmo de la joven se diluía entre la presilla tironeada por con sus dedos índice y pulgar y el pensamiento de que después de eso vendría el ritual del cierre. Y peor aún, sin el jabón o la vela para que se deslice mejor.
Cuando el operativo llegó a su fin y con medio botón dentro del ojal (así fue como se vió mientras la clienta volteaba para ver su trasero) llegó la frase mortal de la vendedora: ¡Te calza justo! Divino.
Finalmente, forcejeo previo, la chica se desprendió del jean y lo puso sobre el barral de la cortina. Ya aliviada al ponerse sus joggins dijo: me lo llevo! Seguro después cede un poquito.
Pagó cerca de 200 pesos con una sonrisa dibujada en la cara, que seguro más tarde le costaría la tortura infame de no poder respirar, de acostarse en la cama para abrocharlo, de no poder sentarse sin que asomaran los rollitos de más.
Bueno, pensé, al fin y al cabo quién soy yo para opinar. Sobre gustos y colores, todo depende del ojo con que se mire.

Un antes y un después, ¡qué sería de nosotras sin los cambios!

ANTES USÁBAMOS

  1. Jabón blanco para lavar la ropa
  2. Agua y jabón para lavar el cabello
  3. Menjurjes de plantas para ocultar las canas
  4. Un lápiz delineador para imitar el lunar de Marilyn Monroe
  5. La tabla de lavar
  6. Tabla y cuchillo para picar
  7. Horno de barro
  8. Ir a bailar con las madres
  9. Enaguas
  10. Faldas
  11. El palo de amasar
  12. El diario íntimo
  13. Capellinas
  14. Muñecas de porcelana o de trapo
  15. Ollas para el caldo
  16. Prensa papas
  17. blanqueadores faciales en polvo

AHORA USAMOS

  1. Jabón para ropa de color, para ropa negra, para ropa delicada, baja espuma, blanqueador, etc, etc, etc.
  2. Champú para cabellos lacios, rizados, débiles, quebradizos, teñidos o permanentados, etc, etc, etc.
  3. Tinturas tono sobre tono, sin amoníaco, con agua oxigenada, etc, etc.
  4. Piercings
  5. Lavarropas automático
  6. La procesadora
  7. Horno microhondas
  8. No volvemos a casa después de ir a bailar
  9. Micro mini falda
  10. Trajes sastre
  11. El teléfono para llamar al delivery
  12. Internet
  13. Gorras deportivas
  14. Barbies
  15. sopas instantáneas
  16. Puré instantáneo
  17. Cremas bronceadoras

jueves, 23 de abril de 2009

Una de madres

Cuando era niña, me fisuré un brazo y tuvieron que ponerme un yeso. La maestra de segundo grado nos había pedido que hiciéramos un dibujo. Como me costaba pintar, cuando llegué al colegio no había terminado mi tarea. Entonces, mi madre y yo nos fuimos a un patio trasero, y ella empezó a pintar con mucha ansiedad.
En el medio de la acción, apareció la maestra. Sentí mucha vergüenza por la situación: ¡mi mamá estaba haciendo lo que yo debía! y ni siquiera se lo había pedido. Durante muchos, pero muchos años me sentí una embustera. Nunca le dije nada a mamá, pero en el fondo sentía que ella me había llevado a hacer algo que no me perdonaría nunca, como evadir mis responsabilidades. Una niña de 7 años pensando en responsabilidades. Qué horrible personalidad estaba formando. Hoy en día, no sólo entiendo a mi madre por su impulso, además me identifico con ella. Porque hoy soy yo la que tiene que controlarse cuando tiene que hacer una tarea compartida con su hijo. Soy la que tiene que controlarse cada vez que quiero que lo que hacemos sea perfecto.
El tema no es la perfección, es lograrlo juntos.

El poder está en el secreto

Que puede tener de difícil hacer una torta casera. Para algunas nada. Para otras todo. El tema es que cuando encontrás la receta perfecta no parás de hacerla. Hoy en día cualquiera puede preparar el bizcochuelo más rico del mundo sólo con sacar la receta de Internet.
Pero hay mujeres que transforman cada gramo de harina en un poderoso secreto que deciden llevarse a la tumba. Esa es la historia de Mariana. Un día le pasé una simple receta de bizcochuelo de chocolate. Tan simple que hasta puede realizarla una niña. Pero tiene un paso específico que realizar para que quede esponjosa .
Mariana no sólo hizo la torta sino que la llevó a la casa de una parienta. Y logró el resultado esperado. Su preparación era la mejor. Pero entre más tortas hacía mayor insistencia ponían sus amigas para que le dijeran cómo la hacía.
El poder del secreto de Mariana intrigó a su más cercana enemiga: su suegra. Y Marianita decidió poner en ese ingrediente su venganza. Ella haría que la madre de su amado hiciera lo imposible por averiguarlo. Han pasado semanas desde que le di la receta. Y los logros se inclinan para un solo lado de la balanza.
Mariana ha llegado a engañar a la suegra anunciando agregados insólitos. Ha esperado la más mínima distracción de su enemiga para dar el último toque. Le ha pedido a su marido que la entretenga para poder terminar su preparación. Y con todas esas artimañas a logrado lo que había deseado por mucho, mucho tiempo: ganar una batalla. Ella lleva una batalla ganada a través de la cocina. Ella se prepara para la próxima sabiendo en su interior que ha descargado su bronca, su impotencia, su intolerancia, simplemente con una taza de agua.