jueves, 1 de diciembre de 2011

Hacia la libertad

Presa de sus pensamientos, en búsqueda de libertad no percibió el mal tiempo. De nada le serviría permanecer en un lugar en el que ya no tenía espacio. Comenzó a deshacerse de algunas cosas a las que llamaba viejas, casi de manera inconsciente. Primero algunos papeles ya amarillos, luego crayones partidos, pinceles, revistas, incluso zapatos y trajes que adoraba pero habían permanecidos quietos, en el mismo sitio durante años, como algunos de sus logros y sus sueños.
Rutinaria al extremo, no había notado cuántas cosas ya estaban fuera de su mundo, como si su otro yo las hubiese arrojado hacia la nada sin pedir permiso. Y mientras eso sucedía llegó la tormenta que había ignorado.
Las gotas eran tan pesadas que no hubo paraguas que pudiera detenerlas. Y ella ya estaba afuera, en medio de la nada. Justo frente a la libertad sin techo.

martes, 22 de noviembre de 2011

No es el día perfecto.....

Quejándome por el día que venía atravesando, de pronto leo en Twitter a una conocida diciendo: "viste cuando tenés un día de mierda. Bueno, eso". Fue suficiente para sumarme a velocidad de la luz con un "somos dos". En ese momento, (no digo que mi vida haya cambiado) me sentí menos presionada por un niño gritando "quiero palomitas, quiero palomitas, quiero palomitas", un perro acarreando juguetes por toda la casa, un teléfono que no funcionaba por tener el cable roto y otro por falta de luz; y la impotencia de que en el teatro de la esquina las luces brotaban cual catarata para el actito de fin de año de algún jardincito. Eso sí, en casa los lácteos perdiendo la cadena de frío. Y el niño, que cansado de pedir por las palomitas, daba vueltas sobre un colchón cual gimnasta ruso, comenzaba a llorar al cabo de dos segundos luego de haberse golpeado la cabeza contra la pared.
El pip, pip, de la alarma hogareña rompiendo la sensación de silencio, que había generado la falta de electricidad; y el lavarropas, sin girar, lleno de prendas de color que en breve comenzarían a desteñirse, no podían ser más irritantes que la voz de la vendedora de servicios de telefonía celular que insistía en venderme aparato nuevo. ¿Para qué quiero aparato nuevo? Si con lo que tengo me alcanza y sobra.
Pensé en la pila de letras acumuladas que tenía para volcar en un texto y que no saldrían ni porque les dijera que ganarían el Pulitzer, en el trabajo que me habían ofrecido a cambio de un canje después de 20 años de carrera y en la pila de cuentas que no se convertirían en cheques, mientras recordaba a esa que por las mañanas, mientras salís como loca para no llegar tarde a la escuela, te mira de reojo con risita socarrona pensando "ama de casa". Y entre más me imaginaba a las hiper defensoras del yo no cocino, no lavo, no plancho, notaba que del otro lado del ciberespacio, a miles de kilómetros había otras que como yo decían "viste cuando tenés un día de mierda". Y me sentí mejor.
"Quiero palomitas, quiero palomitas" giré la cabeza hacia el patio y ahí estaban las palomitas de verdad comiéndose mis rúculas, mis caseras y sabrosas rúculas.
En ese momento, las voces salieron de la radio. Volvió la luz. Y las noticias. “Viste cuando tenés un día de mierda”.


martes, 11 de octubre de 2011

Tras las nubes

De nada servía preguntarse qué hubiera pasado si 25 años atrás hubiera abandonado el barco. Tomó una decisión y se echó a andar. Y anduvo tras largos faldones de seda, en cuanto baile de familia bien se presentara. Cargó la escopeta y apuntó a la nada. Sólo descubrió nubes. Una de ellas era tan esponjosa como el cabello de Elina y tan blanca como su piel. Furioso decidió dispararle. Pero tratar de deshacerla era tan inútil como preguntarse qué hubiera pasado si no abordaba el navío.

Elina ya no tiene el cabello esponjoso. Tampoco la piel suave. Sólo se mece mirando el cielo, imaginando que las nubes son las velas de la embarcación que lo trae de vuelta.

miércoles, 20 de julio de 2011

Felicidades

Amig@s antes de que termine el día paso a dejarles un feliz día del amig@. Ojalá lo hayan pasado bien. Quienes me conocen saben que no soy de festejarlo como el comercio manda, pero sí de celebrarlo como los sentimientos dicen. Salu2.

viernes, 1 de julio de 2011

La hora indicada

"No entiendo lo que quisiste decir" sentenció su editor cuando ya estaba dispuesta a contar los billetes que le quedaban en el bolsillo, para tomar un taxi que la llevara hasta su casa. La frase le produjo un sentimiento indescriptible. Quizás porque no estaba prestando toda la atención que tanto el texto como el hombre le requerían.
Su mente estaba confusa. Su nariz congestionada y su cuerpo a punto de entrar en ebullición. Quizás por cansancio. Por hartazgo. Por disconformidad. No le importó el "no entiendo", ni la voz del hombre que releyendo continuaba con la idea de descifrar el escrito.
Vio que el dinero no le alcanzaba para pagar el viaje. Entonces, pensó que podía descontar algunas cuadras caminando, ya que era capaz de calcular desde qué esquina el reloj pondría en movimiento los números hasta llegar a los 7,30 pesos que tenía. Ni un centavo más ni uno menos. Los números justos. Los mismos que cada mañana se reflejaban en su cara cuando sonaba la alarma de su despertador digital.
Ya había caminado más de 7 cuadras, cuando notó que había olvidado registrar su salida de la empresa. Regresó unos pasos. Treinta. El frío había desatado en ella unas ganas terribles de tomar chocolate caliente. Olvidó el viaje en taxi y entró al café.
Por un instante, pensó en aquel "no entiendo" de su editor. Apoyó sus manos cubiertas hasta la mitad por unos mitones sin dedos que alguna vez se había tejido y disfrutó del primer sorbo. Miró a su alrededor y vio cómo las bocas humeantes ingresaban parloteando. Se recostó sobre la silla y miró su reflejo en el vidrio. Saco beige de lana gruesa. Boina beige de lana fina. Los mitones, color crema, y la bufanda igual, crema y gruesa.
Un golpe de nudillos contra el ventanal le desenfocó su propia imagen. "No sólo no me escuchaste, sino que te fuiste sin explicarme qué quisiste decir". Otra vez el sentimiento indescriptible la hacía tambalear, mientras su jefe sacaba de su maletín un impreso y leía en voz alta: "No es esto lo que me merezco. Gastaré hasta mi último centavo y no volveré más". "Qué clase de broma es esta -agregó el hombre- debiste entregarme el trabajo a las 7.30".
La ebullición estaba en su punto justo. Metió su mano en el bolsillo del saco beige, tomó los 7 pesos y los puso bajo la copa de chocolate vacía. Hurgó hasta encontrar las tres monedas de 10 centavos las arrastró con sus dedos hasta su palma. Las puso una encima de otra y las dejó sobre la mesa.
Volvió a prestarle atención a su imagen reflejada en el vidrio. Se abrigó hasta la nariz y salió sin decir nada. Caminó hasta su casa. Al llegar encendió todas las luces y arrancó con fuerza el enchufe del despertador. El mediodía la sorprendió con un reflejo de sol sobre sus ojos. Pensó que el rojo de las flores de la pequeña maceta de su vecino sería el tono ideal para un nuevo abrigo.

(La imagen es del artista español Ernest Descals)

jueves, 23 de junio de 2011

La escondida

Dónde podría haberse ocultado durante una noche tan fría. El departamento de su hermana podría haber sido perfecto. Estaba de viaje y sabía que nadie notaría la ausencia de la copia de llaves que guardaba su madre. Adriana no era capaz de encender un electrodoméstico que tuviera más de una luz indicadora, por lo tanto nunca hubiera tenido una computadora. Sí, el departamento de Adriana era el lugar perfecto para que la mente infantil y el cuerpo adulto de Morena se escondieran.

Ni un sólo mensaje. Ni una sola ironía. Ni un indicio de abulia cibernética. Ni una señal para sus amigos. Menos para sus seguidores. Quizás se escabulló entre las sábanas y se cubrió tanto, harta ya de teclear, que nadie pudo notarla en su propia habitación. Porque no estaba en la sala de ensayos. Ni en el bar. Ni el local de comida chatarra.

Nadie la vio durante esa noche tan fría. ¿Dónde podría haberse ocultado? Detrás de un seudónimo.

sábado, 14 de mayo de 2011

Pertenecer

Porque venía sintiéndose furiosa, había decidido ocupar su tiempo, o mejor dicho su mente, en otras cosas. Nada debía importarle a ella lo que insinuaran, pensaran, afirmaran o sentenciaran sobre los demás o incluso sobre ella misma. Sin embargo se involucraba. Y se sentía afectada. Extenuada.
Y si bien comenzó a cumplir con las pequeñas metas que se fijaba, no lograba relajar sus hombros. No podía acomodarse. No encontraba el lugar exacto en el que la tranquilidad durara más de un par de horas. Entonces notó que necesitaba involucrarse en lo que insinuaban, pensaban, afirmaban o sentenciaban los demás.

domingo, 30 de enero de 2011

Años más, años menos. Confesiones cuarentonas

¿Por qué me agrego años en vez de quitármelos, como suelen, según dicen, hacer las mujeres y, hoy en día, unos cuantos hombres?
Con una convicción absoluta, hace casi un año que digo que tengo 42, cuando, como ya les dije estoy a unos pasos de cumplirlos. A las amigas. A las compañeras del gimnasio. A las vecinas. A la secretaria del médico, etc., etc., etc. Y después que lo hago caigo en la cuenta de que no es así. Pero no doy marcha atrás, excepto con el médico, como si algo malo fuera a suceder en mi cuerpo porque he cambiado un 1 por un 2.
El tema es que no me dan ganas de esforzarme en la explicación de por qué me sumo años en lugar de quitármelos. Y, además, porque no estoy segura de cuál sea la respuesta indicada.
La primera idea que se me cruza es porque soy una despistada. Aunque si no quiero aceptarme como tal, podría decir que en realidad ya viví los 41 y ahora estoy viviendo los 42.
Pero siempre hay una tercera opción y la busco. Me remito a la fecha de nacimiento. A la vida de mi madre cuando me llevaba en su vientre. A la escuela primaria. A lo que se me cruce por la cabeza. Y entonces, ¡bingo! recordé una frase que me dijo una vez el actor y humorista Carlitos Perciavalle (http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Perciavalle
"Nena, vos siempre tenés que decir que tenés dos o tres años más. Entonces todos, pero todos de verdad, van a pensar que estás regia". Esas palabras entre las tazas de café y grabador de periodista parecían la fórmula secreta de la eterna juventud. Aunque ambos sabíamos que no era así.
En ese momento el comentario me pareció ingenioso. Carlos se fue al teatro y yo volví a mi vida. Sin embargo, mi disco rígido almacenó información que sabía en algún momento podría ser de utilidad. Y con el tiempo, parece que mi inconsciente sacó sus propias conclusiones.
Encontré tres opciones. La de Carlitos me parece la mejor para responder por qué me sumo años en lugar de restar. Y si no, soy carne de diván. Y si sí, también.

sábado, 29 de enero de 2011

De regreso

"Yo soy lo que soy, no tengo que dar excusas por eso. A nadie hago mal, el sol sale igual para mí y para ellos". A punto de cumplir 42 he hecho de esta frase algo especial. Ya no me importa lo que no me tiene que importar y no tengo idea de lo que vendrá. Pero sí de lo que quiero.
A punto de cumplir 42 he asumido que no puedo hacer más para combatir la celulitis que lo que ya hago. Que si me esfuerzo una hora por día -o cada dos días- en un gimnasio es porque quiero vivir una vida más placentera junto a los seres que amo. Que si no fumo es porque me propuse una meta y fui fuerte para cumplirla. Que sí puedo sentirme rara cuando alguien me critica por pensar distinto, pero eso no me hace cambiar mis ideales.
A punto de cumplir 42 años estoy desempleada. Y a veces pienso en volver al ruedo de inmediato, antes de que la década se esfume. Otras me refugio en los placeres de ama de casa que desespera por querer abarcar todo de una sola vez.
A veces me siento grande para conservar la paciencia y a veces muy niña para permitirme perderla con facilidad.
A punto de cumplir 42 años me doy el gusto de amar y ser amada, bailar, reír, cantar, gritar, llorar. Leer y ser leída. Analizar y ser analizada. Me he permitido detestarme y quererme. Pero nunca he querido operarme nada. Ni la nariz, ni las lolas, ni los pliegues de la panza que aparecieron por un tiempo después del parto.
A punto de cumplir 42 años no temo decir que soy gruñona, que muchas veces meto la nariz donde no debo, que me pongo a la par de una adolescente para discutir lo indiscutible, que veo Gran Hermano cuando se me antoja, que el cine iraní no es mi fuerte y que puedo analizar el conflicto político y social actual mientras miro de reojo los programas de chimentos.
A punto de cumplir mis 42 años le hice caso a la frase "paren el mundo que me quiero bajar". Fui yo quien lo detuvo. Busqué cada uno de sus rincones para observarlo y observarme en él. Y sin todas las respuestas volví a subirme.
Tengo una sola vida. Un hijo. Un hombre que me ama. Una familia que siempre está. Una perra que me da más de lo que una puede imaginar. También tengo preocupaciones y problemas. Pero también dos manos, dos brazos, dos piernas. Y la infinita capacidad para dar gracias a la vida.
A punto de cumplir mis 42 años asumo que "yo soy lo que soy, no tengo que dar excusas por eso". Que ya no importa para quién soy inteligente y para quién no. Que escribo porque me gusta y no dejaré de hacerlo porque a alguien no le guste. Que todo lo que muestro es lo que hay y lo que dejaré para siempre. Y que tal vez este es el momento de volver a empezar las historias.