
Después de mirarse durante varios minutos en el espejo, pensó que una larga cabellera le daría más vida a aquel reflejo amargo que recibía y para ello debía deshacerse de la melena corta y de la tintura negra que la acompañaba.
Aunque siempre le había causado gracia ver cómo alguna de sus amigas de un día para otro aparecía con treinta centímetros más de pelo, fue en busca de las extensiones.
“Nada de rulos. Bien lacias y largas, y con un tono dorado”, le dijo al estilista sin dudarlo. Al saber que en dos días estarían listas para ella las mechas naturales, salió de la peluquería con otro semblante.
Varias horas de paciencia. Algunas revistas viejas y ajetreadas. Un par de cafés. Chismes. Parloteo y listo. El espejo le daba la bienvenida a la renovación. Y el diálogo de fondo, cual abducción, la transportaba hacia un agujero negro.
“Chicas –decía el peluquero- no olviden pagarle a Agustina P. su cabello. Miren que Patricia ya se lo lleva puesto”.
3 comentarios:
Hola Gabriela, esta es una jugarreta cruel del destino.
Besos
Tu relato me dejó pensando con ese final super inesperado.
Saludos cordiales,
Hasta pronto.
Hola Gabriela!! Qué hacer con las extensiones!! El destino no quería mostrarle ni una pequeña sonrisa.
Muy bueno. Tn final para pensar.
Besossss
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