jueves, 3 de septiembre de 2009

La competencia

Julia compró un perfume que hacía tiempo no tenía. Cuando su secretaria lo percibió recordó el nombre. Una semana después ella también lo estaba usando. Su jefa no lo notó. Pero sí se dio cuenta de que María Laura llevaba el mismo tono de rojo que ella en sus uñas.
Se conocían desde que Julia era una aspirante al puesto mayor. Pero llevaban trabajando juntas sólo unos meses. María conocía todos los horarios de su superiora, sus gustos y preferencias. Y si se le escapaba algún detalle se encargaba de solucionarlo. Y si de algo no estaba al tanto procuraba averiguarlo.
María Laura estaba tan pendiente, que hasta le sugería a Julia renovar su tintura, cuando las canas comenzaban a verse. Incluso se atrevía a mencionarle cambios de vestuario o a marcarle defectos.
Pasaban los días y Julia empezaba a cerrar la puerta de su oficina. Había comenzado a sentirse observada. Y hasta imitada, cuando vio en el dedo de su asistente el mismo anillo de bijou verde que había comprado hace una semana y el mismo jean que había adquirido en un negocio cercano a la oficina.
Un día Julia recibió un desayuno, en una bandeja delicadamente adornada. Se lo había enviado su marido. Nada de lo que contenía le gustó tanto como la taza. Por esas manías femeninas, sentía que era ideal para ella. Y lo había mencionado en varias oportunidades, en público y en privado.
María Laura le ofrecía un café cada mañana. Y Julia lo aceptaba sin peros. Siempre estaba como le gustaba. Hasta que empezó a notar que ya no llegaba en su taza preferida. Asomaba su cabeza por la ventana de su oficina y comprobaba que era su empleada quien sorbía un té humeante en ella.
Con el paso de los días, Julia ya sólo se limitaba a pedirle a María Laura lo que necesitaba. Esquivaba las charlas o los encuentros. Lo que en un principio le parecía algo inocente, ya la ponía molesta.
Luego de una jornada agotadora, ambas se despidieron, sabiendo que el día siguiente las reuniría. Julia llegó a su casa. Se quitó las botas. Abrió la heladera para ver qué cocinaría. Revisó el correo y decidió recostarse un minuto en el sillón del living.
Fue ahí cuando la vio a María Laura con su ropa puesta. Usando su maquillaje. Jugando con sus hijos y riendo con su marido. Cuando despertó tomó una decisión.
A la mañana siguiente Julia entró llena de furia a su trabajo, se dirigió a la cocina y le quitó su taza a María Laura. “Es mía”, le dijo. “Espero que no la vuelvas a usar".

4 comentarios:

Anónimo dijo...

me en-can-tó!

Anónimo dijo...

Al final una más enferma que la otra, ja,ja,ja

Anónimo dijo...

El ser imitada??, no significa que la admiran?, me mato la reacción.
Celos????

Gabriela Moreno dijo...

Cada una/o puede interpretarlo como quiera. Gracias por sus comentarios.