jueves, 23 de julio de 2009

Quedate con tus amigas

La ventana del cuarto de Eugenia estaba abierta. A pesar del frío, había decidido dejarla de par en par. Necesitaba un poco de aire fresco, luego de varios días de encierro con su cara pegada a la computadora.
A lo lejos se escuchaba el megáfono de un comprador ambulante de baterías, cobre, caños. Pero le pareció escuchar algo detrás. Algo difuso. Confuso. Hasta que el viento metió a través de las rejas la pelea.
Ella gritaba tartamudeando, cosas inentendibles. El golpeaba muebles o puertas o ventanas. En un primer momento, Eugenia sintió curiosidad. Luego pensó, simplemente, que no debía. Que no era su problema. Pero la intriga la hizo asomarse. No vio nada. Los gritos eran muy fuertes. Trató de adivinar desde dónde provenía el llanto. Pero no pudo.
Un golpe de algo contra el suelo la sobresaltó. Tal vez una silla. Algo de madera. Luego sonó a vidrios. Ya no le gustaba. Pensó en tomar el teléfono y avisar a alguien. Pero a quién. Sobre qué. A dónde. No había escuchado más que los gritos, el llanto y un "levantate carajo", que indicaba la voz de un hombre.
Segundos más tarde, la mujer decía: "quedate con tus amigas". El aire se llevó el sonido de una cachetada certera. Eugenia, cerró su ventana.

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