viernes, 24 de julio de 2009

Estelas marinas

Alguien me dijo alguna vez, que su hija se llamaba Estela Marina, porque había nacido mientras su padre navegaba. Muchos años después, conocí a algunas de las mujeres a las que por relación con los pescadores les dicen las marineras.
No sé si la vida embarcado es dura. Pero sé que para las que quedan en tierra suele serlo. Y, según cuentan, hay dos tipos de marineras en tierra, las que esperan como Penélope, tejiendo y destejiendo el tiempo y las que saludan debajo del barco para marcharse caminando despacito hacia el boliche. No conocí a ninguna de estás últimas. Sólo me contaron de ellas. Pero sí compartí algunos momentos con las que cuentan los días, durante meses, para ver bajar a sus hombres en el muelle.
Los fines de semana, caminábamos durante horas por la playa, paseando nuestras panzas a la espera del noveno mes. No hablábamos mucho. El viento a veces lo impedía, al igual que los pasos rápidos. Pero cada una sabía qué se escondía en los pensamientos que dejábamos ahí, cerca del susurro del mar y el olor a algas.
Todas esperábamos. La llegada. El momento. El regreso. Algunas con ansias. Otras con temor. Y ellas, las marineras, con paciencia. No podían saber si sus maridos llegarían. Si la pesca acabaría en el momento justo. Sin embargo, nada les impedía sentir la vida.
Cada vez que las recuerdo, las imagino fuertes, como leonas. Gigantes mujeres. Como amazonas designadas por un destino.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Simplemente gracias. Me gustó leer este relato. Me hizo sentir más fuerte.

Anónimo dijo...

Por lo leído el Sur te dio más de lo que esperabas. Ya te has quedado con parte de la Patagonia.