martes, 14 de julio de 2009

Afición, superstición, ignorancia en carne propia

A algunas mujeres las cosas materiales las pierden. Incluso, tienen que hacer malabares para llegar a fin de mes, porque no pueden parar de adquirir lo que les gusta. Y, muchas veces, no se trata de ropa, como podrían creer muchos o muchas.
Daniela trabaja en una peluquería en el Sur. Su tarjeta personal dice estilista. Pero ella prefiere definirse peluquera.Un día, hablando de gustos y colores, del clima, de los hijos, de los cambios, comenzó a contarme por qué trabajaba cuando, en realidad, con el ingreso de su esposo podrían pasarla bien y ella tendría la posibilidad de pasar más tiempo con sus hijos. "Pero hay algo que me pierde. E invierto todo lo que gano en eso. Las antigüedades -dijo-, no puedo parar de buscarlas y de comprarlas, cuesten lo que cuesten, aunque se lleven mi sueldo. Incluso, pocas veces destino parte del dinero que gano en algo para mis hijos. Dejo que de eso se encargue el padre".
Mientras, me recortaba las puntas, la escuchaba. Realmente, Daniela era una perfecta coleccionista y yo jamás lo hubiera imaginado. Se me ocurrió decirle que sería lo último que haría con mis ingresos. Pero no porque me pareciera una frivolidad su afición, sino más bien porque no me gustaban, de lleno, las cosas antiguas, menos aún si no sabía a quién habían pertenecido, y qué las habría llevado a terminar en una compra venta en busca de algún cliente.
Le decía: ¿Y si detrás de ese objeto hay alguna historia oscura? Entonces, la debilidad de Daniela por algo, me ponía frente a mis propias debilidades: las supersticiones. Ella con su fanatismo, me ponía en mi propio punto oscuro. Ese que me hace temerle a las maldiciones gitanas, al pasar por debajo de una escalera, a tratar de no mirar a un gato negro.
Ella se enriquecía con objetos llenos de historia. Yo evitaba vivirla y prefería generar la mía a través de cosas nuevas. ¿Cosas raras de la mente? ¿Residuos de algo que escuchamos por ahí? No lo sé. Simplemente, descubrí parte de mi pensamiento chato y hasta ignorante. Ahí, en el sillón del salón. Ahí, en carne propia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y como decía mi madre: que las hay las hay, ja,ja,ja