viernes, 3 de julio de 2009

Con el niño en casa

Había decidido pasar el día de la mejor manera posible con mi hijo, que es muy pequeño para entender porqué sus padres volvían a modificar sus hábitos. Y más aún para comprender que lo hacían porque un virus se propaga.
Pensando que la estadía en casa recién comienza, dejé que él manifestara sus deseos. Cerca del mediodía, tenía colchones, colchonetas y mantas oficiando de fuerte de indios en el living. Una hora más tarde, una pista de autos imaginaria controlaba mi cocina. La perra pisaba una camionetita y robaba la moto con sidecar. El niño gritaba y la correteaba alrededor de la mesa. El control se descontrolaba.
El cable canal no funcionaba. Alguien apretó el botón que no debía y yo, enemiga de la tecnología, tardé más de cuarenta minutos en recobrar la imagen. Pero, como dije, me había propuesto pasar el día de la mejor manera posible.
De pronto, la alergia que el jabón espadol provocó en mi mano derecha comenzó a notarse. Ardor. Molestia. Cambio de ánimo. El niño volvía a llorar, pero esta vez porque en vez de croquetas de acelga quería milanesas. Y ahí me convertí en la típica madre: “¡Comés lo que hay o no comés nada!”. Parecía que mi objetivo se frustraría.
Decidí refugiarme en otra habitación. En algún momento dejaría de gritar. Y así fue. Como si el niño sospechara que algo cambiaría, fue a buscarme con el plato vacío y un “mami me lo comí todo”. Entonces era hora de seguir adelante.
El día soleado me ayudaba a no tener que pensar mucho en entretenimiento. Pues nos vamos al patio dije. Opté por relajarme mientras veía como la pelota caía sobre mis plantas de pensamientos recién puestas en la maceta alargada. Cómo los pozos en la tierra sin pasto comenzaba a llenarse de agua. Y cómo la perra se sumaba con sus patas a hacerlos aún más profundos. Pero no desistiría.
En ese momento, sonó el portero. Corrí a atender pensando que algún tío me ayudaría con los juegos. Sin embargo, dos tipos me insultaban por placer desde la entrada. Y la mano me picaba.
Mientras el niño rompía un adorno sin querer queriendo, la mascota embarrada hasta los dientes saltaba contra la pared tratando de agarrar quien sabe qué. Basta. Baño para el hijo y una siesta tardía. Y cuando tenía un rato para ver algo de tele o hacer nada, cambié de idea. Tenía que aprovechar para ducharme. Justo cuando cierro la canilla el portero vuelve a sonar con insistencia. Salgo con la toalla en la cabeza y ya no hay nadie. Meto ropa al lavarropas y lo enciendo. El niño se despierta. Se enoja porque su papá tiene que demorarse un rato más. Entonces, grita “mami encontré la pelota, hay que jugar. Atrápala”. Y la alergia se suma a los ojos. Y aún falta la cena.
Me siento cansada. Sentada en una silla junto a la mesa, apoyo la cabeza entre mis brazos. Mi hijo me hace una caricia en el pelo y me dice “no te preocupes mami, yo te ayudaré. Tranquila”. Nada fue más satisfactorio. Superamos el primer día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ja,ja,ja, ´como te entiendo, la que nos esperaaaaaaaaaaaaaa! no me quiero imaginar, vos tenes uno chiquito y notas el cambio el primer día, yo tengo tres! pero son lo mejor que me pasó en la vida.....