miércoles, 14 de octubre de 2009

“Me sacaron la tarjeta”

Entré en un negocio de esos en los que venden desde adornos hasta bijouterie y ropa. Me había tentado una pulsera plateada. No pensaba comprarla. Sólo quería verla y averiguar el precio. El local se veía pequeño por fuera, pero por dentro tenía varias habitaciones repletas de objetos.
Mientras esperaba a que me atendieran una mujer revisaba con notoria desesperación todo lo que se ponía ante sus ojos. Los collares, la habían atrapado. Agarraba uno, lo soltaba e iba por otro. Como demoraba mucho en su elección, me llamó la atención más que las paredes desbordantes de cuadros y percheros.
Estaba prolijamente peinada. Cuidada. Sus zapatos debían costar más que todo lo que yo llevaba puesto. Su traje era, sin duda, de buena calidad. El saco blanco, impecable, tenía terminaciones en un gris perlado tan delicado como sus cuidadas manos.
Eligió finalmente varias cosas. Y luego pidió que le sacaran la cuenta. Metió la mano en su cartera y dijo: “no me alcanza”. “Puede pagar con tarjeta”, le dijo la vendedora.
En ese momento, la mujer miró hacia ambos lados, como tratando de percibir algo. Se corrió el mechón de pelo que le cubría la frente, se inclinó hacia la chica y casi susurrando le dijo “sabés que pasa, mi marido me sacó la tarjeta. Dice que gasto mucho y debe ser cierto porque ya tampoco me queda efectivo”.
Con timidez mostró un billete de veinte pesos. “Es todo lo que tengo. Pero esos collares me han elegido y serán míos. Tomá, te los dejo de seña. Guardame todo, que yo esta noche consigo el resto”.
La vendedora recibió la seña. Y anotó un nombre y un apellido en un cuaderno. La clienta, se puso sus lentes oscuros. Largó un au revoi y salió. Habíamos quedado junto al mostrador la chica y yo. Ambas nos hicimos la misma pregunta: ¿Volverá? Todo dependía de que tan buena fuera su noche.

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