viernes, 16 de octubre de 2009

La mujer de los ojos claros.

Veo a la mujer de los ojos claros casi a diario. Siempre cruzamos algunas palabras. Y no faltan las anécdotas. En muchas oportunidades terminamos hablando de los hijos. Cómo son. Cuánto nos preocupan. Cuánto nos alegran. Cosas de madres. Cosas de mujeres. A veces profundas. A veces superfluas.
En algunos puntos nos reflejamos. En otros nos reímos de nosotras mismas. Sabe entender cuando algo me cuesta o cuando no sé qué o cómo hacer. Y, con el tiempo, le fui encontrando la explicación a ello. Tiene tres hijos. Por eso conoce pasos y senderos que aún no descubro o transito en el rol de madre.
Un día no pude esconder el cansancio durante la conversación. Mi pequeño me había dado una buena batalla para empezar la mañana. Ella lo había notado y con mínimos gestos me alimentaba el ánimo. Una vez más, me entendía.
Un día le pregunté qué edad tenían sus hijos. Me sorprendió cuando dijo que los tres tenían la misma. Trillizos. Desde ese momento la vi de otra manera. No hacía falta explicarle de berrinches, agotamiento, emociones, felicidad, deseos, sueños, ternura, enojos o decisiones. Ni sobre el tiempo que no alcanza o el dinero que no sobra. Obviamente, nada le era ajeno.
Ese día, ella se dejó ver mujer, madre y esposa. Trabajando. Viviendo. Buscando. Ese día dejé de ser el centro de la escena y comencé a entenderla a ella.

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