jueves, 15 de octubre de 2009

La fuerza de una madre

Ale estuvo a punto de morir en su último parto. Y cuando digo morir no es una metáfora. Todo se complicó. La conocí en la Patagonia, lugar que como ya he dicho fue mi hogar por varios años.
Una madrugada, cerca de las cuatro, sonó el teléfono. Sabía que esa llamada no anunciaría nada bueno.
“La flaca está mal. Se complicó todo”. En ese momento, mi corazón empezó a latir más rápido que de costumbre. Salté de la cama. No sabía hacia dónde caminar. Fui a la habitación de mi hijo y simplemente lo miré.
Me senté junto a él un instante y recordé a "la flaca" tan activa como un volcán guiando a sus tres criaturas; sonriente a pesar de los avatares, luchadora, emprendedora. Y pedí a la vida que la cuidara y a la muerte que la dejara en paz.
Creo que fuimos muchos los que deseamos el milagro. Muchos los que estuvimos presentes aunque estuviéramos ausentes.
Después de varios días de incertidumbre y desesperación, despertó. Miró a su marido y preguntó por su beba y sus otros tres chicos. Hubo lágrimas. Esfuerzo. Solidaridad. Y mucho más que eso. Ale volvió a demostrar que la fuerza de una madre no puede compararse con nada.

1 comentario:

Katy dijo...

Una madre siempre daría la vida por sus hijos, y no hay sacrificio que la frene. Bella y entrañable entrada.
Acabo de llegar de viaje y me estoy pasando por los blogs amigos.
Un abrazo