viernes, 12 de junio de 2009

Yo, mi peor enemiga

“Amo a mis hijos, amo a familia, pero sabés cuánto hace que no tengo tiempo para ver una película o para hablar por teléfono tranquila con alguna amiga”. En un principio, las palabras de Marita me provocaron una sensación extraña, esa que nos lleva -al menos a mí- a decir pobre mujer está agotada. Pero, a los pocos segundos, me estaba reflejando en ella. Y no porque no tenga tiempo, sino más bien porque no me permito acomodarlo.
Si pudiera vencer los mandatos inconscientes, que me llevan al pensamiento mágico de que todo tiene que estar bien y salir mejor, la frase inicial no me hubiera hecho tanto ruido.
¿Por qué no soy capaz de dejar los juguetes tirados, los platos sin lavar, la pila de ropa para otro día, el jardín, el curso de pintura, el paseo del perro, etc, etc, etc?. Tal vez no tenga que dar tantas vueltas para encontrar la respuesta. No puedo, simplemente, porque tengo arraigada una infame necesidad de competitividad. Y lo peor de todo es que no estoy compitiendo con nadie real. Si no más bien con esa mujer que todo lo puede, la que en dos segundos se convierte en la heroína de su propia historia. Esa que convive conmigo en un rincón de mi cerebro.Y pensando en Marita, y recordándola cansada, dolorida, agotada, vuelvo a poner los pies sobre la tierra. Me desinflo. Y me prometo dejar de sentirme todopoderosa.

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