miércoles, 24 de junio de 2009

Picardías de niña

Hoy, Betiana, quién se ha acostumbrado, según cuenta, a leer mi blog, me envió un mensaje. Me decía que había estado recordando algunas picardías de cuando era niña. “Le usaba los perfumes a mi hermana y para que no lo notara, rellenaba el frasco con agua”. También, “le abría los paquetes de caramelos gomitas por una punta y le sacaba varios. Después calentaba el nylon y lo sellaba nuevamente”. Tras estás pequeñas historias, me preguntaba si recordaba alguna. Y, realmente, me costó mucho.
Pero, ahí estaban, pequeñas, sencillas, ocultas en algún lugar de mi mente. Y seguramente, significando mucho más de lo que parecía.
Así, Betiana me hizo volver a verme durante esas tardes en las que no quería seguir jugando con mis amigas, porque planeaba algo más divertido o entretenido para mí, y me hacía la dormida. Entonces, cuando se iban, daba rienda suelta a mis planes. Era, sin dudas, una picardía absurda de niña. O quizás no tanto. Tal vez era la forma de quedar bien con ellas y hacerlas volver al día siguiente, sin enojos ni peleas.
Después tuve la imagen de haber tirado muchos triangulitos de queso untable por un balcón, porque no me gustaban y haber dicho, día tras día, “estaba muy riiiico”. O de haberle pasado el bife de hígado a mi mascota por debajo de la mesa, rogando que no hiciera ruido al tragarlo.
La verdad, es que hoy por hoy, quiero y no quiero pensar qué encerraba cada una de aquellas pequeñas picardías. Pero hurgándolas, encontré mucho más que anécdotas.

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