viernes, 19 de junio de 2009

Te amo te odio

Al poco tiempo de haber empezado a transitar mi profesión, tuve que visitar un hospital psiquíatrico, durante varios días, para contar luego en una nota cómo vivían los internos.
La primera impresión fue fuerte. Pero la segunda aún más. En el patio externo, una mujer descalza y con sólo un camisón deambulaba. Hacía frío. Mucho. Demasiado. Ella no parecía sentirlo.
Giró su cabeza y me detectó. "Llegaste" me dijo. "Ya era hora". Simplemente me tomó de las manos y me llevó hacia el interior del lugar. Me ofreció una silla y apoyó su cabeza en mi falda.
"Al fin te acordaste de venir", me decía cada vez que iba.
La escena se repetía con el pasar de los días. Siempre igual. Esperaba en el patio. Me saludaba. Me llevaba hasta la silla y se quedaba silenciosa en mi regazo.
La historia comenzaba a envolverme. No sabía quién era ella. Ni qué quería. Ni qué sentía. Ni porqué motivos estaba allí.
El último día, como si sospechara lo que sucedería, su actitud fue diferente. Alzó sus manos y me acarició el pelo. Me miró fijo y comenzó a gritar de una forma tan desgarradora que me aterró. Empezó a tironearme de la ropa, y cuando dos enfermeras corrieron para sacármela de encima gritó: "te odio mamá".
Ese día salí del hospital sin mirar hacia atrás. La había abandonado.

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