martes, 25 de agosto de 2009

¿Quién es esa chica?

Era el último mes de cursado del último año en la Universidad, que por cierto nunca terminé. Bajaba las escaleras pensando en que no llegaría a buscar unos apuntes a la fotocopiadora, cuando un amigo de la adolescencia tropezó conmigo. No le pegunté qué hacía allí. No era su lugar habitual. Tampoco me dio tiempo. A segundos del saludo lanzó la pregunta: ¿Quién es esa chica? Recuerdo que me reí, por dos motivos. Uno: estaba lleno de chicas. Y dos: el flaco estaba a punto de casarse con una mujer más que linda e interesante.
Cuando me la señaló, descubrí que había puesto sus ojos en alguien a quien efectivamente yo conocía. Entonces develé su incógnita. "Dale, dale, presentámela". En lugar de hacerlo, me transformé en la jueza del caso. Cómo iba a hacer algo así, si él estaba a punto de pisar el altar. Si la mujer a la que miraba estaba casada. Si conocía a sus respetivas parejas.
Busqué diez mil formas de negarme. Y lo hice. Pero quién era yo para impedir la concreción de un deseo.
De no verlo en años, pasé a cruzármelo a diario y siempre con el "dale, dale...". Después de varias cansadoras jornadas, con aquel amigo torturándome el oído, opté por dejar de ser la idiota que pensaba en consecuencias y verdades. Simplemente, sin emitir sentimientos ni pensamientos, decidí dar mi sentencia: "Arreglátelas vos". Estaba más que claro, ¿quién era yo para impedir o cumplir un deseo?

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