Rosario no podía superar los objetivos en la clase de Inglés. No sólo le costaba, sino que no lograba entablar una relación alumna-docente que le permitiera salir adelante, entender un poco más. Cada día se producía un pequeño cortocircuito entre ambas.
Y por más esmero que Rosario pusiera en sus intentos por pronunciar mejor, la profesora no le dejaba pasar una. No quedaban dudas de que se verían varias veces más terminadas las clases.
La chica, cansada, empezó a odiar el inglés. La profe era cada vez más dura con ella. "No es así. Tenés que estudiar más. Tu pronunciación no es buena". Ya no había escape. Ni feeling. Nada.
La alumna empezó a faltar al colegio los días que tenía idioma. Casi hasta quedarse libre. Entonces decidió hablar con sus padres.
"No la aguanto más. Trato de entender. Le pido que me explique y no consigo avanzar. No me gusta. No quiero verla. No la soporto. La odio", decía mientras su madre intentaba bajar su nivel de ansiedad. Y, su padre, en silencio, como en otra dimensión pensaba, "vos la odias y yo la amé tanto".
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