miércoles, 6 de mayo de 2009

Mamá no soy un pollo

El 29 de abril se festejaba el Día del Animal en el jardín de mi hijo. Tenía que llevar un simple disfraz para compartir una fiesta con sus compañeritos. Nada elaborado. Unas orejas, una colita de conejo, sólo algo que identificara la ocasión. Alejada de las tareas escolares, pasé horas pensando qué le iba a hacer. Que un traje de pingüino con goma eva, que unas orejas de cartulina, que una cola de león con lanas, que una cosa y la otra. Daba vueltas y nada salía.
Dos días antes recorrí negocios buscando disfraces hechos. Llamé a las amigas. Presioné a la abuela para que algo inventara por mí. Corrí como loca y no hice nada. Hasta que me dijeron: “che, en tal lugar, venden cotillón, y hay cosas de papel crepe”. Lo dejé temprano. Caminé diez cuadras. Llegué al centro. Encontré un traje de pollo. Hermoso y barato.
Pero...siempre hay un pero. Había pasado una semana diciéndole a mi pequeño que ya no era un bebé. Que tenía que tomar en taza, no usar pañales, lavarse las manos, etc, etc. Horas y horas le comí la cabeza con “sos un nene, no sos un bebé. Sos un nene, no sos un bebé".
Cuando tuvo que ponerse el disfraz de pollo tan buscado por mí, su respuesta fue un rotundo no. Pues lo llevaremos al jardín y cuando vea a los otros chicos vestidos de animalitos lo va a usar, dije. Su respuesta volvió a ser no.
Habían bebés disfrazados de leopardos, tigres, conejos y sirenas. Hermosos todos. Pero mi codiciado pollo de crepe seguía en la bolsa de nylon. ¡Para qué corrí tanto! ¡En qué fallé! ¡Soy un desastre! pensé.
Cuando volvíamos a casa le pregunté por qué no quiso usarlo. Su respuesta fue más que sincera. “Mamá yo no soy un pollo ni un bebé. Soy un nene”. Estaba frente a mí, el resultado de mi persecución psicológica, que lo había incitado a transformarse en lo que yo quería. Un nene. Nada de bebés o pollos.

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