
Los hombres decían que finalmente se había hecho justicia –con la encuesta- ya que los pintaba realmente como son, fieles digamos. Y las mujeres afirmaban que en realidad ellos eran más infieles, pero generalmente “la hacían mejor y ellas no se enteraban”. Otras no se ruborizaban al contar que le habían sido infieles a sus maridos en varias oportunidades. Algunas parejas admitían haberse sido infieles mutuamente.
Y empecé a pensar en los casos sobre los que había escuchado. Recordé muchos. Uno incluso se había dado en la misma fiesta de bodas. El novio de juerga con los amigos en el salón. La novia con el amante en le baño.
Volví a tener la imagen de Marisa –de quién conté su historia algunas semanas atrás- y me pregunté por qué tantas mujeres saben que sus parejas tienen una amante casual o no, o un segundo hogar o casa chicha como se le dice en algunos países y así y todo hacen la vista gorda. ¿Inseguridad, comodidad, ventaja económica?
Todo es posible y nadie está exento. Pero es notable cuántas y diferentes reacciones existen frente al descubrimiento. Parálisis emocional y acá no ha pasado nada. Ojos que no ven corazón que no siente. Furia desenfrenada. Gritos, puteadas y a la calle.
He escuchado sobre mujeres que no dijeron nada al enterarse, pero cortaron por la mitad, con tijera bien filosa, todas las corbatas de su marido. Otras mancharon sus trajes con pomadas para zapatos. Otras aplicaron el ojo por ojo y diente por diente. Pero en la mayoría de los casos siguieron juntos. Somos raros los humanos. Y, encima, a nosotras las encuestas nos dan desfavorables. Pero pónganse las pilas muchachos, las preguntas se las hicieron sólo a 200. ¿No será poco? Y bueno...
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