
Siempre estaba sentada en la puerta de un edificio. Trabajaba. Vendía naranjas que transportaba en una canasta sobre su cabeza. Cuando los niños salían de la escuela, ella los esperaba para ofrecerle las naranjas peladas.
Nosotros le compramos algunas. Pero antes, boquiabiertos, mirábamos con qué velocidad las pelaba, sin dejar que la cáscara se cortara en todo el recorrido que el cuchillo daba en forma circular. Lo hacía a una velocidad impensada. Le abría una tapita en uno de sus extremos y nos las daba. Todo con sus pies descalzos.
1 comentario:
Gabriela esta historia me pareció una delicia.
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