viernes, 24 de abril de 2009

Entró al probador

Siempre dije que si tuviera un negocio de ropa, las clientas me adorarían. No sé si vendería mucho, pero no podría engañarlas como ellas se dejan. Esta mañana presencié, una vez más en mi vida, como una chica entraba entusiasmada a probarse un pantalón. El probador, ese que te pone frente al espejo con toda tu humanidad. Ese que te desdibuja o dibuja la realidad según el ojo con que lo mirés.
Y allí estaba ella, con su jean de marca tiro bajo. Talle 36. No mejor 38. ¿Cómo te quedó Negri? Preguntó la vendedora, mientras el entusiasmo de la joven se diluía entre la presilla tironeada por con sus dedos índice y pulgar y el pensamiento de que después de eso vendría el ritual del cierre. Y peor aún, sin el jabón o la vela para que se deslice mejor.
Cuando el operativo llegó a su fin y con medio botón dentro del ojal (así fue como se vió mientras la clienta volteaba para ver su trasero) llegó la frase mortal de la vendedora: ¡Te calza justo! Divino.
Finalmente, forcejeo previo, la chica se desprendió del jean y lo puso sobre el barral de la cortina. Ya aliviada al ponerse sus joggins dijo: me lo llevo! Seguro después cede un poquito.
Pagó cerca de 200 pesos con una sonrisa dibujada en la cara, que seguro más tarde le costaría la tortura infame de no poder respirar, de acostarse en la cama para abrocharlo, de no poder sentarse sin que asomaran los rollitos de más.
Bueno, pensé, al fin y al cabo quién soy yo para opinar. Sobre gustos y colores, todo depende del ojo con que se mire.