
Tras años de unión y esfuerzo, Cristina tomó una determinación. Decidió cambiar de empleo. Y dejó atrás esa “familia” que sentía había logrado mantener unida en un ambiente laboral. Se fue con los mejores recuerdos de cada una las personas con las que había pasado gran parte de su vida e incluso mantuvo el contacto durante años.
Pero Cristina tenía debilidad por dos de ellas. Eran sin duda especiales. No tenían secretos. Compartían horas de creatividad, almuerzos y, a veces, cenas.
Sentía tanto aprecio por ellas que desde su nuevo lugar siguió sus carreras y sus vidas.
Con el tiempo, una de sus predilectas comenzó a alejarse. Ya no llamaba. Tampoco respondía mails. Y rechazaba invitaciones.
En un principio, Cristina pensó que estaría ocupada. Luego, que quizás se había ofendido por algún motivo o que tendría algún problema. Pero siempre trataba de estar al tanto de cómo le estaría yendo.
Hasta que un día, cuando preguntaba sobre su vida alguien le dijo: “es obvio que no te de la cara, porque desde hace un tiempo es socia de fulana. Es como su perrito faldero y como su receptora de privilegios”.
Cristina no podía creer lo que oía. La vida le daba una cachetada certera. Aquella persona en la que había depositado mucho y de la que había recibido tanto, hoy estaba a la derecha de quien le había aplastado la cabeza cuantas veces pudo.
Cristina revivió como un relámpago las situaciones en las que junto a su predilecta había manifestado su angustia, su tristeza y su dolor frente a los embustes de aquella arpía. Luego, con la decepción a cuestas, entendió que no todo lo que reluce es oro.
1 comentario:
Por eso nunca hay que confiar en nadie. Ni en la propia sombra mirá. El laburo es el laburo y la amistad otra cosa.
Saludos
Miriam
Publicar un comentario