martes, 3 de noviembre de 2009

Todo tiene un final. Todo termina.

Esa tarde, nada estaba saliendo como ella lo había pensado. Y la furia comenzaba un largo, pero definido camino por sus venas. Estaba dispuesta a llegar a la meta. Ella, convencida de que se lo impediría, buscaba alternativas.
Pero el trabajo se le hacía pesado. Error tras error, trató de calmarse. Decidió escuchar un poco de música en la radio. Las malas noticias voltearon su idea y comenzó a mover el dial como si no hubiera más tiempo. El fin de su mundo perfecto se avecinaba. Estaba a punto de estallar.
No pudo decidirse por ninguno de los discos que tenía a mano. Entonces, como si la salvación en carne viva la guiara, volteó hacia la biblioteca. Todo o casi ya le resultaba conocido. Pero estaba dispuesta a vencer. La ira no podría devorársela.
Comenzó a sentirse mejor cuando las solapas de los libros la llevaban a lugares lejanos, algunos claros, otros oscuros. Recordó lo placentero que le había resultado seguir los pasos de Raskolnikof y pensó volver a hacerlo. Pero tenía la historia tan fresca, que se arrepintió y prefirió tomar el ejemplar que estaba al lado.
Así, volvió a sentarse con Kundera. Ya sus palpitaciones desaparecían. Y quizás comenzaba a sentir la levedad, a tal punto que fue por sus anteojos. Estaba decidida a releer. Y mientras lo hacía pensaba que ya era hora de visitar alguna librería. Hacía tiempo que no compraba nada. Y tenía lecturas pendientes.
Con la sensación de un tiempo detenido, había olvidado la ira por completo y se había hundido en el sillón. Ya casi no sentía su respiración. Hasta que llegó a la página 55. Ahí estaba Kundera derrumbando su necesidad de asombro y logrando que la ira retomara la partida. Le estaba poniendo ante sus ojos el final de Ana Karenina. Había roto su deseo de algún día descubrir una a una las palabras unidas por Tolstoi.
Arrojó el libro sobre la mesa. Se descubrió con bronca. ¿Por qué le estaba pasando esto a ella?
A punto de comenzar a sentirse víctima, se dio cuenta de que estaba releyendo un libro. Había vuelto a empezar. Entonces, olvidó la ira, las carreras, los avatares y siguió hasta la página 92, como si nada hubiera sucedido.

4 comentarios:

fher dijo...

Vertiginoso relato. Me gustó mucho esa necesidad del personaje de calmar su ira con un libro.

Besos

Anónimo dijo...

Me ha encantado esta historia. He descubierto en tu blog muchas cosas que ni imaginaba podía hacer para sentirme mejor y otras que me han causado mucha gracia al notar el parecido conmigo.
Graciela

Anónimo dijo...

Ojalá todas pudieramos hacer lo mismo antes de entrar en llanto. Voy a intentar imitar a esta mujer cuando monte en cólera. Y si no lo logro recurriré a un buen té de tilo, ja,ja,ja.

Gabriela dijo...

Me he sentido representada en esta historia porque a mí también me ha pasado muchas veces lo mismo y han sido los libros quienes han logrado evadirme de la cruda realidad.
Seguí escribiendo estos relatos porque quien más o menos, nos dan alivio al saber que lo que nos pasa, les pasa a otra gente también y te hacen sentir acompañada.