jueves, 12 de noviembre de 2009

La pasión prohibida de Andrea

La apariencia de Andrea era muy similar a la de Laura Ingalls, aunque con el tiempo dejara salir de sus entrañas a alguien más parecida a Nelly Olson. Pero eso sucedía a oscuras, en secreto.
Se había tomado el trabajo de realizar con puntillosa paciencia sus invitaciones de casamiento. Nada de impresiones y papeles comunes. Todo artesanal. El esmero que había puesto para su boda campestre había sido atesorado por años, para que tuviera más fuerza en el momento indicado.
Ella sabía que estaría preciosa. Que nada fallaría. Que sus pecas resaltarían como estrellas; y su cabellera larga y su figura delicada brillarían esa noche, cuando diera el sí. Se sentía preparada desde hacía tiempo para ello.
Un mes antes el vestido ya estaba terminado; organizada la despedida de soltera y las tarjetas de participación enviadas. Ningún detalle se había escapado al hacer la lista de regalos. Todo a la perfección. Noches enteras de trabajo rendían su fruto. Y generaban cansancio.
Y cada mañana, despertaba soñando su sueño a cumplir. Y cada tarde, se tomaba un respiro. Se levantaba del sillón de su escritorio y decía: "vuelvo en quince. Voy a despejarme". Nadie prestaba más atención que la que merecía tal comentario. Era algo común en la oficina. Ni siquiera era seguida por las miradas. Cada cual tenía su historia, igual que ella.
Un día recibió una llamada urgente. Quien hablaba la requería con insistencia. Entonces, alguien comenzó a buscarla por el edificio. Nadie sabía cuál era su lugar de descanso. Nunca lo había dicho. O no le prestaron atención. Fue entonces que un colega pensó que podía estar dos pisos más abajo, en una especie de jardín interno, con buena luz y buen aroma.
Decidido a encontrarla bajó las escaleras de prisa. Abrió la puerta con ímpetu y se topó con la escena. Andrea estaba aferrada a su prohibición. Besándolo. Roja de pasión. Nunca notó la presencia extraña. Pero todos hablaron del tema.
La noche de su boda resultó como había sido pensada. Lo demás quedó en una anécdota. Hasta que un año más tarde, alguien más abrió la puerta del paraíso dos pisos debajo de la oficina. Ahí estaba Andrea, con su embarazo de 7 meses, nuevamente aferrada a su pasión.

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