sábado, 7 de noviembre de 2009

Dejá para mañana

Desperté con una caja de cereales de chocolate sobre mi cara. Detrás de ella, un beso ruidoso, perfecto, como ensayado, que me invitaba a levantarme. ¡No, por qué! ¡Hoy no tengo ganas de levantarme! Es sábado, quiero quedarme en la cama hasta las 10, al menos. Pero sólo lo pienso. No me atrevo a decirlo. ¿Cómo podría hacer algo así frente a alguien tan tierno y pequeñito, que está moldeando su carácter? ¿Y por qué no?, pienso un segundo después. Tendría que decirle cómo me siento.
Arranco como puedo y voy viendo los restos del día anterior. Espero que un hada madrina me devuelva a mi sueño entre sábanas y se encargue de todo. Pero no sucederá, como no sucedía hace 30 años, cuando me pedían que ordenara mis cosas.
Entonces me acelera un grito: “¡Dale quiero la leche! En ese momento temo que el teléfono suene. Siempre suena cuando más aturdida estoy, y es cuando peor me pongo. No sé por dónde empezar. Me siento un instante. Encuentro sobre la mesa los colores que usé la noche anterior, al hacer una tarea para el jardín que venía dejando pasar y recuerdo: “Amor, dejá todo para mañana”.
Comienzo a dibujar mi propia sonrisa. Es distinta. Es rara. Es que ya “es mañana”, aunque parece ayer.

1 comentario:

fher dijo...

Los fines de semana en que mi hija se queda conmigo me pasa algo parecido, jaja. Sólo que con Alma podemos desayunar en la cama y después (porque a ella también le gusta dormir hasta tarde) remolonear un rato más.

Besos