
Si bien él sentía que había quedado opacado tras su escritorio en el Banco de la ciudad, estaba orgulloso de su puesto jerárquico y de que su actual y joven mujer hubiera logrado construir de la nada la empresa que le daba forma a su creatividad. La imaginaba mezclando colores y texturas, que luego vestirían los cuerpos esculpidos de aquellas afroditas conquistadoras de pasarelas y gigantografías publicitarias, y olvidaba por completo cuántas veces había pensado que ella se cansaría de sus gustos y costumbres. De sus sesenta y pico de años y de sus rebeldes canas.
Y cada noche de ausencia se planteaba qué eran siete días en su vida, cada tres meses, si Lourdes le había devuelto la sensación de estar flotando entre nubes. La extrañaba, claro, pero eso la hacía amarla más.
La sexta mañana sin su joven y actual mujer que había logrado construir de la nada un imperio, lo despertaba de un salto tras los golpes en la puerta de entrada. Pensó que Lourdes había planeado sorprenderlo y sabiendo que nunca se llevaba las llaves corrió a su encuentro.
El paquete con medias lunas calientes apareció antes que la silueta de su hija mayor sin darle tiempo a entender la escena.
-¿Qué sucede? Es demasiado temprano. ¿Ha pasado algo?
-Nada. Sólo quería verte. Y aprovecho que no hay Moros en la costa.
-¿A esta hora?
-¿Qué hay de malo? Llego justo para desayunar.
Mientras el aroma del café molido inundaba la cocina la hija dejaba escapar frases a borbotones.
- ¿Papá te dije que empecé a tomar clases de tango?
-No y no te imaginaba haciéndolo.
-Yo tampoco. Pero es como una terapia. Me distraigo. Conozco gente y escucho historias.
-Que seguramente vienen de unos cuantos viejitos aburridos…
-Pará ¡No seas prejuicioso! El tango no es sólo para viejitos.
-Entonces serán historias de jóvenes presumidos intentando perfeccionarse.
-Algunas sí. Otras no tanto. Hoy, por ejemplo, he escuchado a dos mujeres alborotadas por la actitud de una amiga, que habiéndose tomado un vuelo a Méjico ha engañado a su marido diciéndole que iba a Francia, a comprar materiales para su empresa. E incluso se había dado el gusto de enviarles por mail una foto que se tomó en la playa con su amante.
La mañana número siete lo sorprendió a Ernesto algo ensombrecido. Lourdes abrió la puerta y entró revoleando sus zapatos y quejándose del cansancio. Fue hasta la habitación y se lanzó sobre la cama con una bolsa llena de regalos. Él miró a su mujer actual y joven y volvió a pensar en todo lo que había logrado de la nada.