lunes, 7 de junio de 2010

Esta es parte de mi historia y quería dejarla en el blog

¿Cuando salís de los medios no sos nadie?

Pensando en el Día del Periodista, recordé aquellas aulas de la facultad en las que, a principios de los noventa, no éramos más que treinta alumnos tratando de alcanzar el título de Licenciado en Comunicación Social, hoy ocupadas por cientos de jóvenes en busca de la misma meta. Y detrás de ella, el paso siguiente: la inserción en los medios. Tuve la suerte de que esa etapa llegara más rápido de lo que había previsto. Ya instalada en busca de la ruta que me indicara el rumbo, muchas veces escuché decir a algunos viejos colegas “en esta profesión no te la tenés que creer, porque cuando salís de los medios no sos nadie”.
Durante años estuve convencida de que así era. Tal vez porque cuando alguien se iba o “lo iban”, le costaba mucho reinsertarse en el ambiente, o ya no le prestaban tanta atención. El mejor ejemplo de ello saltaba cuando hacían un llamado para contactar a alguien, y sin poder anunciarse como "fulana o mengano del medio tal" no obtenían respuestas. Entonces, aferrándose a la profesión, intentaban permanecer como fuera.
Con el tiempo, fui yo la que decidió salir del circuito. En un principio dejé de “pertenecer” al periodismo mendocino. Luego me sumé al chubutense. Pero eso sólo duró unos meses. El por qué de mi alejamiento tuvo motivos especiales, que muchos conocen a la perfección y otros no tanto, o simplemente escucharon lo que algunos querían contar.
El punto es que estaba cerrando puertas y con ello dejaba de buscar espacios, de escribir, de compartir, de competir, de criticar y ser criticada, de producir. Había elegido. Estaba afuera.
Alguien alguna vez me dijo “se te extraña”, pero seguramente fue por poco tiempo. Los puestos se ocupan rápidamente para hacer frente a la inmediatez de la información. Extrañé el movimiento mucho después, cuando me di cuenta de que mis dedos habían dejado de teclear por más de un año. Para ese entonces ya me había transformado en un fantasma de la profesión, como otras y otros tantos a los que en algún momento yo había recordado como tales.
Y de vez en cuando pensaba en la frase “cuando te vas de los medios no sos nadie”. Sin embargo, el tiempo, la lejanía y el crecimiento me dieron la posibilidad de analizarla y de saber qué tan bien o mal había elegido o qué tanto me había equivocado o acertado.
También pude, al desmenuzar cada una de aquellas palabras, descubrir a los que hicieron de todo por volver, para evitar que el olvido se los comiera, y a los que no podían vivir sin ser periodistas, porque el ejercicio de la profesión era la única forma de vida que conocían. Y pude ver cómo algunos no volvieron a pisar una redacción o un estudio, porque así lo quisieron o porque la jubilación los empujó hacia afuera, aunque aún tuvieran ganas. Y les aseguro que al cruzármelos encuentro en cada uno de ellos más que aquella afirmación “no sos nadie”.
Detrás de un simple saludo puedo ver sus enseñanzas, sus errores y aciertos, sus anécdotas, sus amores y odios, sus ideales, sus valores, sus percepciones, sus agradecimientos y resentimientos, sus críticas y consejos, su terquedad o su razonamiento, su simpleza o su egocentrismo y por sobre todas las cosas sus historias.
En algunos encuentro cansancio y decepción. En otros, empuje. Y quizás me sorprenden los que a mitad de camino cambiaron de carrera, felices de trabajar ocho horas diarias, de tener franco los sábados y domingos, y tiempo para los hijos, porque los había imaginado aferrados al periodismo, así como lo planeábamos en el buffet de la facultad en medio del humo, el bullicio y los proyectos. Por momentos recuerdo a los que hicieron huella en la docencia sin haber participado jamás del ritual de las guardias o la espera en busca de datos; esos que comunicaron sin haber sido parte de los medios.
Y entre tanto análisis aquella frase que decían algunos viejos colegas –“cuando salís de los medios no sos nadie”- va a parar al basurero. Siempre somos alguien. Incluso considero que los que decidimos y optamos por el periodismo siempre seremos periodistas, aunque estemos lejos del ambiente. Y mientras pensamos si algún día querremos volver, seguimos viendo realidades que -sabemos- serán noticias. Seguimos buscando verdades. Seguimos queriendo saber más. Aunque quizás desde otra óptica, sin el apuro del cierre o de la transmisión en vivo.
Y tal vez con menos objetividad o imparcialidad leemos los diarios en casa, escuchamos la radio y vemos los noticieros, transformados en lectores o espectadores de nuestros colegas, porque así los vemos, como pares, aunque estemos afuera de la cancha o haciendo tiempo en el banco de suplentes. Y desde ese lugar los vemos crecer o quedarse, fortalecerse o debilitarse, mantener su esencia o corromperse.
Y sin pertenecer participamos, comentamos, avisamos. Vivimos los grandes y pequeños acontecimientos con el ojo atento. Sin importar dónde o cómo estemos o hasta dónde lleguemos. Sin olvidar lo que logramos y sabiendo que algunos serán mejores. Algunos más honestos. Algunos más competitivos. Algunos catalogados de ilustrados y otros de mediocres. Algunos más criticados y otros más elogiados. Algunos más respetados. Algunos más sensibles y otros más curtidos. Algunos recordados y otros olvidados. Pero todos, los que están, los que se fueron o los que quedaron afuera, mientras amen esta profesión y hayan sentido la necesidad de saber para transmitir, sin miedo, de frente y con dignidad, siempre serán periodistas.
A todos ellos, felicidades. Y en especial a los que llevan al periodista puesto aunque cambien de lugar, de puesto o de historia.

sábado, 5 de junio de 2010

La niña de las sandalias rojas

Rita cerró los ojos tratando de concentrarse. Sólo necesitaba un segundo para acomodar sus pensamientos. Ya le había sucedido antes. La mente quedaba en blanco y no recordaba hacía dónde se dirigía.
Tenía una técnica que la ayudaba a salir del nubarrón. El primer paso era volver al punto de partida. Recorrer nuevamente el camino. El segundo, que usaba sólo si fallaba el previo, era bajar sus párpados y respirar profundo. Dejarse llevar.
Esa mañana, sin resultados inmediatos, pasó a la fase dos. En medio de la silenciosa oscuridad ocular, apareció la imagen de una niñita atractiva, llamativa. Enfocó mejor y percibió los colores. El verde manzana predominaba en la falda larga y acampanada, atravesada por tres franjas negras horizontales, adornadas con rombos bordados en terracota.
El blanco de la blusa contrastaba con los tostados hombros descubiertos, sobre los que descansaban -como resortes a punto de saltar- los prolijos bucles negros. Rita posó un instante su mente en los ojos marrones de la niña, sabiendo que una tropical y anaranjada flor la atraparía.
La imagen estaba tan clara en su mente, que Rita no necesitó volver a recorrerla para asegurarse de que la pequeña estaba usando sandalias rojas. Supo a quién estaba viendo y hacia dónde apuntaba ese recuerdo.
Inspiró y exhaló con fuerza antes de abrir los ojos. Cuando lo hizo estuvo segura de que en su diminuto viaje hacia la calma, el pasado le recordó lo que buscaba. Un poco de libertad infantil atesorada, antes de salir a la jungla urbana que la teñía de gris.