domingo, 10 de octubre de 2010

En confluencia

Cada una de aquellas noches, en las que sumaban minutos eternos tratando de encontrarse a sí mismas, o al menos percibir una señal que les indicase cómo liberarse de tantas ataduras y pensamientos innecesarios, ninguna de ellas sabía que confluirían en una misma historia.
Amanda solía pasar horas frente al televisor encendido sin mirarlo, recibiendo uno que otro destello sobre su rostro agotado. Elena acostumbraba recostarse en un sofá y notar una difusa imagen del techo, que parecía estar cubierto por una nube de pensamientos. Y Clara pensaba, a oscuras, sola, en medio del silencio.
Si bien vivían en el mismo edificio nunca se habían cruzado. Los once pisos, dos escaleras y cuatro ascensores no habían provocado el encuentro. Aunque, siempre, las tres llegaban casi a la misma hora. Y cuando la noche comenzaba a asomarse, Amanda sabía que de un momento a otro su marido haría girar la llave de la cochera. Elena no esperaba a nadie y Clara pensaba en cómo sostener a su pequeña hija tras la partida de su padre.
Tres mujeres solas, por momentos. Lejanas, aunque cercanas, no sabían que formarían parte de una misma historia, cuando el sonido ensordecedor las sacaba del letargo interior que las invadía hacia el final del día.
No sabían que tras el estruendo llegarían las sirenas. No sabían que las grietas en zigzag se devorarían la energía. Ni que serían parte de un mar de escombros tras la implosión.
No sabían que sus pensamientos serían arrebatados por la furia de la tierra. Ya no habría ni pisos, ni escaleras, ni ascensores que impidieran el encuentro.
Amanda abría los ojos recordando el rostro ensangrentado de Elena sacándola a la superficie, mientras Clara aterrada apretaba a su niña envuelta con las mantas de la Cruz Roja. La intemperie las reunía y unía sus pensamientos en un solo rezo por la vida.

(Imagen David Piugalli)

3 comentarios:

Katy dijo...

Hola Gabriela, muchas veces nos enredemos en pensamientos innecesarios. Vivimos amontonados en enormes edificios plagados de viviendas sin conocernos, y el destino las juega así, una tragedia y los desconcidos se convierten en conocidos y a veces surge después de la solidadridad, la amistad.
Buen relato sacado de la vida misma.
Un beso.
Espero que todo esté bien. Hace mucho que no publicabas nada:)

Mercedes Pinto dijo...

Bonito relato, y estremecedor. Es cierto, estamos más unidos de lo que pensamos con nuestros vecinos; al final, ante una catástrofe, todos somos iguales.
Buen texto y bien escrito.
Un abrazo.

Gabriela Moreno dijo...

Katy: muchísimas gracias por tu aporte. Y gracias por estar siempre en mis entradas, que trataré de mantener a partir de ahora. Está todo bien, por cierto. Sólo que estaba ordenando mis energías e ideas. Saludos enormes.
GM