sábado, 6 de marzo de 2010

Secretos recuerdos de mujer

A primera hora de la mañana, Doña Raquel daba dos golpecitos suaves sobre la puerta de la última habitación del pasillo, ubicada en la planta alta de la vieja casona. “Niña, despiértese y apúrese que tengo una sorpresa para usted. Baje arregladita”.
La chica se restregó los ojos y sintió la suavidad de las sábanas perfumadas por la brisa marina. Pensó en quedarse un rato más en la cama. Pero si Doña Raquel hablaba de sorpresas era mejor darle el gusto rápidamente. De lo contrario no dejaría de llamarla hasta lograr su cometido.
La joven bajó y encontró a la mujer ansiosa esperándola en el hall. “Vamos, vamos, que alguien nos ha invitado a desayunar. Le aseguro niña que jamás olvidará el momento que va a vivir”.
Ambas salieron a paso acelerado. Caminaron unas cuadras y llegaron a un edificio bajo, con pocos departamentos. Algunos con vista a la playa y balcones de película.
Doña Raquel tenía llave. Abrió y le preguntó a la mucama dónde estaba la señora. Obtuvo la seña y dio unos pasos hacia el ventanal que daba a la terraza.
Desde allí, la chica pudo ver una mesa redonda, cubierta con un impecable mantel blanco, adornada con flores, y con las tazas a la espera de un humeante café. Junto a ella, la señora de cabello corto y ordenado.
“Ella es mi amiga y cuando le he contado sobre usted –le dijo Raquel a la muchacha- me ha dicho que la invite a su casa. No la invada a preguntas. Sólo disfrútela”. Y la joven así lo hizo.
Las esperaba leyendo el diario. Vestía una túnica de seda verde tornasolada. A la chica le resultó familiar. Pero no terminó de reconocerla. Tampoco escuchó su nombre en ningún momento. Supuso que debía ser una muy buena amiga de Doña Raquel, porque si algo predominaba en ese lugar era el cariño y, por sobre todo, la tranquilidad y complicidad entre ambas.
Hablaron de la madre tierra, los legados, las mujeres fuertes y las débiles. El poder de la palabra y las historias que hacían historia. En verdad, para la “niña” como la llamaba Doña Raquel, aquel prometía ser un momento inolvidable.
Con un último sorbo de café, la mujer estiró su brazo hacia la mucama y le pidió retirar las cosas. Se incorporó y respiró profundo dejando que el viento fresco ondulara su túnica. Miró a Doña Raquel, luego a la niña y disculpándose por su repentina partida dijo: “Ha sido un desayuno maravilloso. Pero ahora tengo muchas letras que ordenar”. Se escabulló entre los muebles y cerrando la puerta de vidrio se sentó frente a una máquina de escribir.
“Doña Raquel –dijo la chica- su amiga no me ha dicho su nombre”. “No es necesario –le respondió- le ha dicho más de lo que a muchos. Y ya con el tiempo usted misma lo descubrirá”.
Hace unos días aquella joven, ya convertida en mujer, mientras miraba las tristes imágenes del terremoto ocurrido en Chile, recordaba a Doña Raquel rogando que estuviera bien. “Espero que así sea, porque aún deseo que salga de sus propios labios el nombre de aquella señora”, susurró tomando el libro cuya portada mostraba la imagen de una mujer en sepia.


Dicen que esta escena transcurrió en Viña del Mar, Chile. Y que Doña Raquel es tan real como la niña. También dicen que el portero del edificio tenía la orden de que nadie molestara a la señora Isabel.
Con este relato quiero mandar mi abrazo a las mujeres chilenas y el deseo de que la fortaleza no se apague. El coraje y el amor las ayudará a levantarse.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Gabriela!! Me encantó. Un excelente homenaje a las mujeres chilenas en este duro momento.
Besossssss

Pluma Roja dijo...

Me gustó mucho tu relato Gabriela. ¿Tu eres Chilena? Me solidarizo con el pueblo chileno por todo lo que ha pasado.

Saludos cordiales,

Hasta pronto Gabriela, un abarazo.

Historias de Mujeres dijo...

Gabriela, gracias por pasar. La verdad es que nuestros vecinos están pasando un momento durísimo.
Saludos.

Pluma Roja: Gracias a vos también por estar siempre por aquí. No soy chilena. Soy argentina, de la provincia de Mendoza, y Chile me ha recibido muy bien muchas veces.
Saludos.